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EN LA RUTA DEL SOL . CAPITULO 1 - (PARTE 2)

 

-- ¡¡Nos están disparando!!! – alertó Greg a viva voz.

Lo más deprisa posible, Jim puso en marcha el motor, en tanto Greg, arriaba la vela con rapidez inusitada.

Un estado de pánico los dominó por un instante y hasta que comenzaron a alejarse a toda máquina mar adentro.

-- ¡Están locos! ¡Están locos!.... ¡¿Quienes son?!.. – gritó Jim.

-- ¡Por todos los diablos, casi nos dan un tiro! ¡La próxima vez contestaré el fuego!... ¡Lo juro!

Greg,  enfurecido y con rostro  encolerizado, alzaba  su puño amenazante.

-- Me pacere que nos conviene seguir navegando. No me explico la razón de disparar sobre nosotros. – dijo Jim

En realidad resultaba  un hecho incoherente.

-- No nos detengamos hasta encontrar una ciudad grande. --  sugirió Greg.

-- De acuerdo, será mejor, no deseo morir a manos de una banda de dementes.

Más adelante, pasado el peligro, Jim detuvo el motor para continuar usando el impulso de la vela.

-- ¿Has tenido en cuenta el hecho de no habernos topamos con alguna nave en todo el camino?... Ni grande, ni chica... ningún velero, tampoco un crucero.

-- Es cierto,  resulta demasiado extraño. — asintió Jim.

El viento soplaba desde el Noreste con bastante fuerza, permitiéndoles desplazarse a buena velocidad. Así, pasaron por alto varias poblaciones costeras de reducido tamaño y algunos caseríos que lucían desiertos. En ninguno de ellos advirtieron la presencia de personas o embarcaciones navegando por los alrededores.

La ciudad “grande” próxima, resultó ser Río de Janeiro, a la cual comenzaron a aproximarse por la tarde del siguiente día.

Aquella situación resultaba demasiado compleja de entender, continuaban sin avistar persona alguna, no obstante escudriñar de manera constante con sus binoculares. Sin embargo, cuando arribaron a las cercanías de la populosa urbe, se toparon y para su total asombro, con innumerables embarcaciones de todo tipo encalladas todo a lo largo de la costa.

Aquel dantesco panorama los desconcertó por completo. Cruceros de los más variados tamaños, yates de gran porte, veleros, lanchas, botes, algunas escoradas, otras parcialmente hundidas y asomando fuera del agua sólo parte de sus estructuras.

Observaron mudos, azorados.

Jim de improviso lanzó:

-- ¡¿Y eso?!

Señalando un barco de mediana envergadura, varado de costado y con una inclinación que amenazaba con  volcarlo.

Luego avistaron otro, y así muchos más.

-- ¡La gente desapareció..... o están muertos!..... Es la única explicación a esto.... ¡Algo muy siniestro ha ocurrido!

Jim sacó conclusiones recordando de pronto el destino del Norge Express.

Pero Greg dijo de forma acertada:

-- Los que nos dispararon estaban bien vivos.

-- No lo sé. Este panorama es terrible e inexplicable. – replicó Jim con preocupación.

-- Una bacteria o un virus. Tal vez lo mismo que mató a los del Norge Express. Es cierto, algo muy grave ha sucedido y de eso no hay duda. Será mejor no aproximarse a la costa, al menos y hasta averiguar con mucha cautela lo que ha ocurrido. — propuso Greg.

La navegación continuó mostrando el mismo panorama desierto de gente.

Pero de repente, la impactante visión de un gigantesco buque petrolero, clavado de proa sobre una de las playas cariocas; puso sus pelos de punta. Lo había detenido la arena como a doscientos metros de la costa balnearia propiamente dicha. La inmensa mole se hallaba encallada dada la escasa profundidad de las aguas.

Casi fuera de quicio por lo visto, decidieron  alejarse aún más de la zona costera.

-- Debemos buscar agua. –  dijo Jim horas después.

--¿En que sitio atracaremos? — Greg se mostraba muy nervioso, y la desconfianza ante el hecho de tener que desembarcar iba en aumento.

La anterior experiencia con los disparos provenientes de la costa no la olvidaría con facilidad.

-- Alejados de las ciudades cualquier riesgo será menor. --contestó Jim.

Pasaron de largo por muchos kilómetros la ciudad de Río de Janeiro, sin embargo, el panorama desierto de personas y cientos de embarcaciones encalladas continuó repitiéndose mucho más al sur.   Recién cuando comenzó otra vez el monótono paisaje costero de selva amazónica, con su exuberante follaje y elevadas palmeras, arrimaron a la costa. No sin antes, comprobar la ausencia de edificaciones o asentamientos humanos desde la distancia a través de sus binoculares.

La chalupa encalló en la blanca arena de la orilla, y Greg, cabo en mano para asegurarla, saltó al agua. Jim lo hizo por detrás, con un bidón plástico y el fusil de asalto preparado.

-- Por las dudas, toma la pistola y aguarda. Al primero que se  acerque con malas intenciones no dudes en meterle un tiro.— dijo Jim con determinación -- Veré si consigo agua potable.

Cruzó la corta playa veloz y agazapado, observando  en  todas direcciones para advertir cualquier peligro que pudiera acecharle.

Luego penetró en la  agreste selva desapareciendo de la vista de Greg.

Cuando había transcurrido cerca de una hora y Jim no aparecía, sentado en el bote y pistola en mano, Greg comenzaba a preocuparse.

De improviso, cierto movimiento entre la densa vegetación lo alertó, y sobresaltado, enfiló las miras de su .45 hacia el lugar desde donde provenía el sonido.

Pero se trataba de Jim que avanzaba apurado y tropezando entre algunas ramas diseminadas sobre el suelo.

-- Casi te disparo.... ¿Que has hallado? — preguntó Greg con evidente ansiedad.

-- Una carretera que discurre a unos trescientos metros. Sin embargo no hay señales de vida por ninguna parte. No cruza un solo vehículo.... ni siquiera advertí pájaros. Logré recoger agua de una laguna pequeña pero bastante alejada. Debe ser agua de lluvia.

Jim lucía agitado.

-- Es bastante cristalina..... parece buena, de todos modos le agregaré una pastilla potabilizadora. — dijo Greg vertiendo un pequeño chorrito de la transparente agua sobre la arena.

-- Con esta cantidad de agua bastará por largo rato. — agregó Jim.

Un minuto más tarde partían de nuevo.

--Pero...cuando se acaben las provisiones, sin más remedio  deberemos desembarcar. – observó Jim.

-- Sí. No hay otra salida ¿Estaremos lejos de casa?. — preguntó Greg con cierta resignación.

-- Según calculo, a más de dos mil  kilómetros.

-- ¡¿Tan lejos?! -- Greg arrugó la frente denotando preocupación.

-- Hemos pasado por Río no hace mucho. Desde la capital hasta  Río hay casi dos mil kilómetros por carretera, bordeando la costa con toda seguridad mucho más.

-- Entonces, si pretendemos llegar en este bote, tendremos que hacer varias paradas en busca de más agua, alimentos y por supuesto más combustible. De lo contrario deberemos viajar por tierra.

-- Siempre cabe la opción de ocultarlo e intentar viajar en otro medio de transporte. Y si no funciona, o advertimos algo raro, volvemos por él. – dijo Jim

-- En lo que a mí respecta, prefiero hacer varias paradas y seguir adelante aquí arriba. Quizás sea la primera vez en mi vida que me siento más seguro en el mar y a bordo de éste bote. – afirmó Greg.

La larga travesía por mar que decidieron continuar los obligó a bajar a tierra en repetidas ocasiones.

Algunas localidades fantasma sirvieron para reabastecerse con alimentos enlatados, pero muy poco combustible y sólo proveniente de algunos automóviles abandonados.

Entonces se toparon con un apocalíptico panorama de desolación y muerte. Automóviles, camiones, todo tipo de vehículos abandonados por doquier. Sin embargo, lo más aterrador resultó el hecho de hallar cientos y cientos de cadáveres consumidos, secándose al sol esparcidos en las calles, en el interior de los rodados, en todas partes. Y si de algo estuvieron seguros, fue que la causa de tanta muerte tenía cierta relación con el destino sufrido por los tripulantes del  Norge Express.

A todas vistas saqueados, de los negocios de comestibles sólo quedaban sus edificaciones vacías. Para conseguir algún alimento enlatado se vieron forzados a violentar viviendas, dentro de las cuales hallaban siempre lo mismo, sus moradores muertos.  Algunas mostraban huellas de haber sido visitadas con anterioridad por oportunistas, por lo cual no lograban obtener mucho. No obstante, siempre contaban con el seguro recurso de la pesca mar adentro. 

En muchas ocasiones tenían la sensación de ser observados, y en algunas, advirtieron en forma fugaz la presencia de personas, las cuales al verlos huían a ocultarse. En otras, habían vuelto a recibir algún disparo que los había obligado a huír hacia la chalupa.

Sin embargo, su decisión siempre fue la de no contestar el fuego.

Las carencias resultaron las mismas durante toda la travesía, agua potable y alimentos.

-- Bendita isla. Al menos en ella no padecíamos sed, ni hambre. –pensó Greg.

La misteriosa causa de semejante debacle permanecía esquiva a su conocimiento, llevándolos a continuar elaborando muchas hipótesis. Hasta entonces, comunicarse con alguien había resultado un hecho imposible, por lo cual desistieron en su intento y sólo se dedicaron continuar el viaje de regreso.

Por un instante, la mente de Jim voló tres años hacia el pasado y  sus recuerdos se agolparon trayendo consigo viejas  imágenes de su vida antes de arribar a la isla.

 

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