top of page

 

De duendes, fantasmas y cigarrillos

 

Debo confesar, he meditado bastante sobre el hecho de sacar a la luz la presente historia. Muchas veces no resulta fácil tomar decisiones de tal naturaleza, dada la innegable tendencia de la mayoría de las personas a desacreditar sucesos verdaderos, los cuales no pueden explicarse mediante ciencia o lógica.

Sin embargo, creo que el ser humano tiene un conocimiento nulo si no escaso sobre muchos fenómenos, los cuales, sí suceden.

La ciencia ha avanzado de forma vertiginosa durante los últimos cien años, describir la operación de una computadora, un viaje del trasbordador, el rayo láser, la microcirugía, el submarino atómico, o las imágenes que nos envía desde el espacio el telescopio Hubble, sucesos que hoy nos parecen normales, relatarlos hace una centuria, hubiesen sido causa suficiente para un inmediato tratamiento psiquiátrico. Y si retrocedemos mucho más en el tiempo, ¿cómo vería un cavernícola el disparo de un cañón del siglo XVII? 

Sin embargo, nunca nos detenemos a pensar en ello y  trasladarlo por analogía a nuestros tiempos. Siempre consideramos estar en la cumbre de la ciencia y la tecnología, y con no poca modestia el hombre dice: “esto es imposible, pues las leyes físicas establecen que.....” 

Hace algunos años, me encontraba inmerso en una desesperada búsqueda de empleo, la crítica situación económica por la cual atravesaba había comenzado a hacer mella en mi estabilidad emocional.

Nada había salido bien en los últimos años. Todos mis emprendimientos habían acabado en rotundos fracasos. El destino, junto a mi propia estupidez a la hora de tomar decisiones, parecían empeñosos en acabar conmigo. Mi mente se encontraba en todo momento acuciada por los fantasmas del pasado, fantasmas que hablaban de anteriores mejores épocas y me enrostraban mis malas decisiones.

Un buen día, o mejor dicho una buena tarde, cuando montado en un automóvil barato cumplía las funciones de “remisero trucho” (n.del a.) , e impelido por mi necesidad de hallar un empleo estable, concurrí a  una cierta dirección indicada en el periódico dominguero.  Figuraba

junto con la solicitud de un empleado técnico para cumplir funciones de jefatura de seguridad.

Aquel día, la suerte o la desgracia, quisieron que el entrevistador y jefe de personal de dicha empresa, viera en mí al candidato perfecto. Y así, luego de los pertinentes exámenes de salud, comencé en mi flamante ocupación el día lunes próximo. Mi función consistía en velar por la seguridad del personal, al cual proveía de elementos de protección y además supervisaba su cumplimiento de las normas establecidas.

Aquella fundición de plomo, con todo el daño que esta actividad acarrea, situada a varios kilómetros de la urbe, distaba mucho de ser un sitio en condiciones mínimas para trabajar las personas. Entonces fue, cuando caí en la cuenta del porqué de mi rápida contratación.

Yo, un técnico cincuentón y que a pesar de su experiencia, en los países subdesarrollados como el nuestro se los discrimina por ser “viejos”, no tenía muchas exigencias a la hora de escoger un empleo. En aquel sitio, se reciclaban por día y por millares, los acumuladores electrolíticos ya inservibles de los vehículos de calle, obteniendo así la materia primigenia de su elaboración, el malévolo plomo. Metal necesario para muchos elementos de uso cotidiano, pero el cual, día a día la sociedad moderna busca reemplazar por otros menos contaminantes. Y todo el mundo sabe, en mayor o menor medida, que la manipulación de dicho metal es perniciosa para la salud.

Al cabo de un breve tiempo, descubrí que aquel sitio era una especie de el último rincón de los que necesitaban trabajar para vivir.

Las condiciones de trabajo eran realmente penosas para casi todos los empleados.

 

 

(nota del autor: Remisero: conductor de remises. Trucho: Ilegal, no autorizado)

 

 

A  excepción de algunos que tenían puestos de mando, la dotación estaba integrada por hombres jóvenes, pertenecientes a los estratos más bajos de la sociedad en cuanto a cultura e instrucción involucra, dicho sea de paso, sin ánimos de discriminar.

Polvos de compuestos derivados del dañino metal impregnaban el aire constantemente, y el suelo del predio estaba cubierto. Todos debían  utilizar una máscara apropiada durante las jornadas de trabajo sin excepciones, y yo debía velar que así lo hicieren. Aún permanece fresco en mi memoria, el recuerdo de la entrevista con L.M.O. , el jefe de personal de turno y quien me contrató de inmediato.

En un momento dado y durante la entrevista, me preguntó:

-- ¿Usted fuma?

Respondí con la verdad.

Pienso que, y aunque muchas veces es preferible mentir para salir ganancioso, siempre la verdad prevalece.

-- Sí, fumo. ¿Por?

-- Humm...le aconsejo que deje de fumar. – respondió él.

-- ¿Puedo saber el porqué?

-- Es simple, fumar dentro de la “fábrica” está prohibido. Primero, por que la contaminación con plomo aumenta mucho al fumar, dado que para hacerlo usted debe quitarse la máscara filtrante y aspirar.

Segundo, porque usted debe velar para que no ocurra...por supuesto que nadie fume.

Tercero y última razón, el dueño es una persona terrible...como decirlo....mala, avasalladora, y odia a muerte a los fumadores. ¿Está claro?

Aquel trabajo representaba la subsistencia de mi familia. Había llegado la hora de mentir.

-- Dejaré de fumar, esteee...no se preocupe, seguiré las normas y las haré cumplir. – dije con seguridad.

Prometí algo que sabía de antemano sería muy difícil llevar a cabo.

Un fumador empedernido como yo lo era, no dejaría de fumar de un día para otro.

Más tarde, pensé fríamente en lo conversado con aquel sujeto y me dije:

-- Ya le buscaré la solución.

Y así fue.

Resultó ser, que más de la mitad de los empleados eran adictos al cigarrillo. Fumaban a escondidas de mí, el jefe de seguridad y celoso guardián “antitabaco”. Y  yo, por otra parte, siempre estaba en la búsqueda de algún escondite, lejos de los ojos del personal, para “pitar” un cigarrillo.

Como dije en un principio, el ambiente laboral en aquel infame sitio, era muy distante de ser siquiera aceptable.

La delación, el hurto, y la malicia eran moneda corriente. Parecía ser como si aquel lugar hiciese aflorar los más bajos instintos y sentimientos de las personas que convivían sus horas de trabajo.

Mi jornada de ocho horas en dos turnos rotativos, se transformaba en una especie de tortura sufrida día tras día. Nada se desenvolvía de manera normal o convencional. Todo era retorcido y complicado. Un clima odioso, opresivo y asfixiante, reinaba dentro de aquella “sucursal del infierno”, como comencé a llamarla al poco tiempo de estar empleado.

Pero como toda sucursal del infierno, debe tener un demonio regente. Su propietario era un digno exponente del malvado patrón o amo de esclavos del sigo diecisiete.

Para colmo de males, y contrario a lo que sucede en las empresas modernas, concurría a diario y al menos un par de veces, para supervisar el funcionamiento de su empresa. Su palabra era la ley, avergonzaba, gritaba y vapuleaba a quien se le diera la gana y en presencia de cualquiera. Era común escuchar de boca de los empleados, referirse a él como Hitler, el demonio, Himmler y otros tantos calificativos que describían su malévolo carácter y peor conducta.

Sin embargo, algunos decían que no siempre había sido así de maligno.

-- Se volvió malo por la abusiva conducta de sus empleados. – me confesó A. A. ,  en una oportunidad. Uno de los pocos amigos que conseguí durante el año y medio que trabajé en aquel infame sitio.

Dejando de lado mi descripción del entorno laboral, y sobre el cual no hay palabras suficientes que lo describan, debo decir que mi vida allí, y desde el primer día, resultó un tanto complicada por mi perniciosa afición por el tabaco.

Las primeras semanas en mi flamante función y con el objeto de consolidarme en mi nuevo empleo, en una franca demostración de mi capacidad como jefe, me convertí a los ojos del jefe de planta y del mismo dueño, en un implacable perseguidor de los esquivos fumadores ocasionales.

La descarnada realidad y brutal paradoja, si a una actitud moral  correcta nos referimos, me señalaba como el peor de los hipócritas.

Escondido cual sucia rata en lugares inaccesibles a la mirada del resto, sitios tan inimaginables que hoy me produce asco recordar mis acciones, servían para que saboreara un cigarrillo con el mayor de los placeres.

El turno de la tarde, o tarde noche, abarcaba desde las cuatro hasta las doce, y se había convertido en  mi horario de trabajo favorito, ya que durante esas horas, el personal trabajador era reducido a un mínimo. Los tres grandes galpones de chapa acanalada y una edificación en ladrillos que ocupaban oficinas y laboratorio, estaban situados en medio del descampado, alejados de la ciudad alrededor de quince kilómetros y en un extenso predio.

Una noche de aquellas, decidí alejarme de los ojos del resto de los empleados para fumar tranquilo, recorriendo un estrecho camino de cemento de unos cien metros de longitud y sobre el cual se desplazaban las máquinas para desechar los desperdicios de la planta.

A un lado y en el extremo, ciento y cientos de “tarimas” de madera, se apilaban para ser desechadas también.

Debo decir que aquel sitio, en medio de la casi total oscuridad de la noche, digo casi, pues llegaba sólo un ligero resplandor de los reflectores externos, resultaba ideal para sentarme a fumar un cigarrillo sin temor a ser descubierto.

¡Ah! Que placer nos provoca lo prohibido.

De repente, un ininteligible cuchicheo, muy cercano a mi oído, hizo que voltease sobresaltado.

Nadie.

Por supuesto, estaba solo, en medio de la penumbra.

Pero pronto hallé una explicación lógica.

A ochocientos metros o tal vez algo más, la estación de peaje sobre la ruta, mostraba sus brillantes luces sobre el horizonte nocturno. Cualquiera con un mínimo de conocimientos, sabe que el sonido es arrastrado por el viento grandes distancias...o al menos eso creí en ese momento.

Varias noches subsiguientes, ocurrió con exactitud lo mismo. Hasta que, acostumbrado al fenómeno percibido, dejé de sobresaltarme y tomarlo como un suceso  normal.

Hasta que un buen día, al comprobar la reticencia de parte de algunos de los empleados que se desempeñaban en el turno de noche a visitar predios alejados de los galpones o mal iluminados, decidí indagar sobre la razón de su aversión a incursionar en la oscuridad del descampado.

Y fue entonces, cuando me fueron relatadas no sin mostrar cierta vergüenza, algunas historias sobre fantasmas, duendes, gnomos y otras apariciones.

Me mantuve incrédulo ante tales narraciones y reí por la ocurrencia.

-- No creo en nada de eso. – fue mi afirmación en todos los casos.

Hasta que mi seguridad sobre la inexistencia de lo que califiqué como patrañas, me llevó a relatar sobre lo percibido como un cuchicheo en mi oído, y de que forma el viento puede arrastrar los sonidos en la distancia, produciendo una interpretación engañosa a las personas asustadizas.

Por supuesto, evité mencionar el verdadero motivo de mi paseo nocturno.

B. B. , uno de los encargados del sector hornos, al enterarse de mi comentario, enseguida vino a preguntarme:

-- ¿Es verdad que escuchaste algo....?

Respondí afirmativamente y minimicé el hecho aludiendo que el viento arrastra el sonido de las voces.

-- Pero...si el peaje está como a un kilómetro. Además, ¿quien conversa fuera de sus instalaciones durante horas de la noche?...¿y demás... todas las noches?

Cuando medité sobre tal afirmación no pude evitar sentir un escalofrío.

Cantidades de historias me fueron narradas desde entonces, y muchas de ellas, acompañadas con pruebas contundentes de haber ocurrido. Como la de aquel policía, el cual durante una guardia nocturna (n. del autor) huyó despavorido y luego de correr seiscientos metros para llegar hasta la estación de peaje, llamó por teléfono para que lo viniesen a relevar con urgencia, pues él no estaba dispuesto a trabajar nunca más en aquel sitio.

Jamás retornó aquel sujeto, alegando haber visto durante la madrugada, una dama de blanco que, surgida de repente sobre una balanza de pesar camiones, le hizo señas con una mano pidiéndole se acercase.

La de un joven muchachito empleado de la empresa, que al estar peinándose dentro de unos baños, (que para entonces estaban sin funcionar y abandonados por haberse habilitados unos más grandes y nuevos) a través del reflejo que le devolvía el espejo, vio detrás suyo con toda claridad, a dos personajes pequeños y de color verde oscuro.

¿Gnomos? ¿Elfos? ¿Duendes? Desconozco el tema.

Lo que sí me confirmó D.S. (persona de fiar), es que dicho joven sufrió más tarde severos daños mentales.

 

 

 

(nota del autor: durante las 24 Hs del día, un miembro de la policía vigilaba el predio)

A.A. , una de las pocas personas con quienes entablé una cierta amistad y no me cabe la menor duda sobre la veracidad de sus relatos, me confesó que después de la media noche, en aquel sitio “ocurría de todo”. Piedras arrojadas sobre los autoelevadores mientras eran operados y sin que hubiese persona alguna que las lanzase, y también sobre las paredes de chapa de los galpones.

Gritos desgarradores de mujeres, que más de una vez, y a causa del irracional miedo que les había provocado, hacía permanecer al reducido grupo de trabajo nocturno (luego de las doce de la noche), reunidos y sin separarse unos de otros hasta para ir al baño o tomar agua.

La voz de algún operario solicitando algún elemento de trabajo, que era escuchada por algún otro, y que cuando éste último cumplía con el pedido, resultaba ser que el primero no había abierto la boca pidiendo absolutamente nada y se encontraba lejos de allí.

El aterrador relato de uno de los operarios más antiguos y que describía como, en circunstancias en que éste se hallaba en el interior de uno de los cubículos del baño, escuchó voces de personas conversando muy próximas y sin que hubiese alguien presente en las inmediaciones.

Y muchas otras escalofriantes narraciones, que pienso no vale la pena mencionar.

Por mi parte, aunque fingí no creer las historias y alegar que me causaban gracia, nunca más me aventuré a fumar lejos de las instalaciones en medio de la oscuridad.

Nunca más.

Un buen día, el encargado de la sección “P”, D.S, quien mencioné antes y sobre cuya honestidad no me caben dudas, en un momento dado en que se encontraba charlando con uno de los empleados, vio con toda claridad, caminando sobre unas gruesas cañerías fijadas en altura y sobre la pared de uno de los galpones frente a ellos, para luego desaparecer sobre uno de los techos, un ser color verde oscuro, de orejas puntiagudas, cabellos un poco largos detrás de su cabeza y cuya estatura no sobrepasaba los cincuenta centímetros.

Pocos minutos más tarde, cuando me llamaron para referirme lo visto con lujo de detalles, pude comprobar el estado emocional alterado del subalterno. La palidez de su rostro me hizo descartar cualquier duda sobre la veracidad del suceso.

Luego de haber tomado conocimiento sobre todos aquellos sucesos paranormales, la fundición tuvo para mí una nueva, desconocida, y misteriosa faceta. Me dediqué desde entonces, a recopilar todos los relatos relacionados con hechos anormales, y créanme mis amigos, no resultaron ser pocos.

Incluso algunos, hacían referencia a las instalaciones más antiguas, donde había funcionado muchos años atrás una cremería y supuestamente cuando con posterioridad permanecieron abandonadas durante años, se convirtieron en un escondrijo para alojar detenidos en las épocas más duras de la última dictadura militar. Sitio en el cual, podía presumirse y habiendo sido un centro de detención clandestino, utilizado por las falanges del terrorismo de estado para eliminar a los denominados subversivos y tal vez desaparecer sus cadáveres.

Por entierro, por cremación en una caldera que por aquel entonces aún podía funcionar, o por ser arrojados a un profundo pozo de petróleo o brea.

La existencia de un insondable pozo de petróleo, cubierto años después por toneladas de tierra, me fue confirmado por B.B., uno de los encargados de la sección horno.

Tampoco dudo de su veracidad.

Todos aquellos relatos recopilados, comenzaron entonces a formar un gran rompecabezas, cuyas piezas iban coincidiendo entre sí, y en la medida que yo indagaba más y más sobre el tema de las misteriosas apariciones.

También acopié toda la información posible sobre esos seres, gnomos, elfos, silfos, duendes, fantasmas y otras yerbas. Además de una gran cantidad de relatos, de parte de gente que afirmaba haber visto en alguna ocasión uno de ellos.

Un buen día, cuando realizaba una de mis recorridas por la planta fundidora, mi atención se centró en una tapa de grueso metal, la cual fijada sobre el suelo, estaba ubicada dentro de una de las edificaciones antiguas, muy cerca de la entrada al baño y vestuario del personal.

Muy cerca de aquella chapa de acero, antigua a todas vistas, yo transitaba infinitas veces al día en mi recorrido y sin que hasta el momento hubiese llamado mi atención.

Entonces, aquel mismo día, pregunté que función cumplía dicha tapa, al encargado de la sección “P” del turno tarde/noche, D.S. 

Simplemente sonrió y dijo:

-- En realidad no conozco muy bien su función, pero sí tengo por seguro que se trata de la entrada a un túnel. Es de la época durante la cual funcionó la cremería...hace muchos años.

Algunos dicen que desemboca en la caldera....vaya a saber.

-- ¿Alguien ha entrado a investigar? – pregunté.

-- No, no creo. Al menos que yo sepa.... y eso que me considero uno de los empleados más viejos. ¿Qué habrá dentro?....Sería bueno investigar, pues tu has escuchado los relatos de la época de la dictadura...en una de esas hay armas escondidas...

El rostro de D.S. , reflejó de inmediato su entusiasmo por saber más.

-- Puede ser, pero imagina la cantidad e insectos...arañas y demás que puede haber allí dentro. Y no sólo eso, el supuesto túnel debe estar extremadamente sucio...y oscuro.

El meditó unos segundos y luego dijo:

-- Eso no sería un problema, nos conseguimos una buena linterna y podemos utilizar uno de esos trajes herméticos descartables que se utilizan para limpiar los filtros del horno...¿qué te parece?...

-- ¿Me estás sugiriendo que investiguemos? – pregunté de inmediato.

-- ¡Por supuesto, en una de esas vale la pena y encontramos algo de valor allí dentro! Ahora, eso sí, debe ser en éste turno de la noche, cuando hay poca gente trabajando.

-- ¿Y quien sería el voluntario?

-- Si convoco a uno de mis operarios...se va a armar un revuelo bábaro. Tu has comprobado, son gente no se guarda nada, al poco tiempo el dueño estará enterado y... – D.S, me echó una mirada de una manera muy especial.

Supe de inmediato que él no estaba dispuesto a meterse allí dentro ni por todo el oro del mundo.

-- Es cierto. Yo me animo. – dije confiado.

A decir verdad, la imagen que yo había presentado ante el personal, de ser un tipo valiente y no temer a fantasmas u otras apariciones, ahora me llevaba a tener que demostrarlo.

Debo reconocer que aquella idea dejó de agradarme a los pocos minutos.

Sin embargo, luego de meditarlo con detenimiento horas después, arribé a la conclusión que nada malo podía ocurrirme, mi espíritu aventurero se vería satisfecho con aquella investigación y de paso, mi figura de persona valiente y ego, acrecentados ante operarios y encargados.

Hoy reconozco que el ser humano adulto, muchas veces suele comportarse como un niño y ser tremendamente estúpido.

Para el día siguiente, ya tenía preparado uno de los trajes herméticos y una poderosa linterna. D.S. , por su parte, se había procurado un cepillo de cabo largo y una escoba, con el fin de que el audaz investigador, limpiase el camino por delante dentro del ignoto túnel.

Todo estaba listo y aprovechando la pausa del personal para cenar, a las diez de la noche, decidimos llevar a cabo nuestra operación.

Aquel día, la cantidad de gente trabajando era reducida, el equipo encargado del horno tenía su dotación normal de cinco, a los que se sumaban ocho de la sección”P” y uno más a cargo del mantenimiento mecánico y eléctrico.

La misteriosa tapa no se dejó abrir con facilidad, sólo utilizando una barra de metal pudimos lograrlo.

Apenas lo habíamos hecho, y al encender mi linterna, pude comprobar una corta escalerilla que descendía hasta un piso de cemento, unos dos metros por debajo. En discrepancia con lo supuesto por nosotros en un principio, no había gran cantidad de telas de araña, pero sí mucho polvo fino.

Descendí sin dudar los pocos escalones, e hice pié sobre el polvoriento suelo.

Al girar, se presentó ante mí la boca de sección cuadrada de escaso metro de lado del aquel misterioso túnel.

Pronto, dirigí el haz de luz de mi linterna hacia su interior, pero sin alcanzar a ver absolutamente cosa alguna allí delante.

Nada. Sólo oscuridad.

Aunque lo intenté forzando mi visión, mis ojos no percibieron objeto alguno allí dentro.

-- ¿Y?

Escuché la voz impaciente de D.S.

-- No alcanzo a ver nada en absoluto. Debe ser un túnel muy extenso... – respondí.

Luego de un minuto de observación previa, agregué:

-- Bueno... aquí vamos.

Y comencé a avanzar.

Por fortuna, la cantidad de telas de araña era muy escasa allí dentro. Parecía que aquellos pequeños insectos, eran más sabios de lo que puede suponerse y evitaban contaminarse con plomo.

Pero el polvo era mucho. A poco de andar, mi traje hermético especial color blanco estaba hecho un desastre y las antiparras transparentes impedían una correcta visión del camino.

Me detuve un instante para limpiarlas con un trozo de tela que había previsto para tal fin y continué avanzando.

En un momento dado y cuando estimo llevaba unos cincuenta metros recorridos, una voz lejana y apagada, resonó dentro del túnel.

-- ¿Y?....¿Todo bien?

Era D.S.

Respondí afirmativamente alzando la voz.

Unos metros más adelante, aquel canal subterráneo presentaba un desmoronamiento parcial. Al acercarme, pude comprobar, y por la gran cantidad de cenizas que había ingresado al desmoronarse una de sus paredes laterales, que se trataba con toda seguridad de un sitio ubicado debajo de la caldera.

Me detuve para echar una ligera mirada hacia el montículo de cenizas y recobrar el aliento, la asfixiante atmósfera allí dentro y aquel traje hermético, me habían provocado agotamiento. Mi cuerpo transpiraba profusamente.  Retiré mis antiparras y rebuscando en el bolsillo derecho del traje en pos de un pañuelo  sequé el sudor que corría desde mi frente.

En ese momento, pensé si debía abandonar la incursión subterránea o continuar un poco más. En apariencia, aquel canal no conducía a sitio alguno y supuse que tampoco hallaría objetos interesantes. Sólo una atmósfera opresiva y mucho polvo.

Recorrí unos diez metros más, y en el preciso momento en que me disponía a regresar sobre mis pasos, mis ojos percibieron un ligero resplandor azulado.

La tenue luz parecía provenir de algún sitio metros más adelante.

Sin embargo, cuando dirigí la linterna nuevamente hacia el túnel para dilucidar de que se trataba, nada pude observar.

Aquello acicateó mi curiosidad e hizo que me decidiera a investigar un poco más avanzando otro trecho.

Pero luego de un par de minutos, el túnel parecía terminar abruptamente sobre una pared de cemento.

Entonces el resplandor azulado que mis ojos habían percibido momentos antes...¿de donde provenía?

¿Acaso mis ojos me habían jugado una mala pasada haciéndome ver algo inexistente?

Presentí por un momento que aquella aventurita había concluido en nada.

A escaso metro y medio del final de aquel túnel, decidí apagar por un instante la luz de la linterna, y de ese modo, poder comprobar si existía alguna misteriosa fuente de luz tenue allí dentro. Si nada extraño ocurría daría media vuelta para abandonar el conducto.

De pronto y para mi asombro, el resplandor azulado surgió ante mis ojos como una realidad irrefutable.

Un segundo después, cuando alcancé lo que aparentaba ser una pared de cemento bloqueando el paso, descubrí que hacia la derecha, el túnel se desviaba en ángulo recto, para continuar unos pocos metros más y terminar en una pequeña puerta de añosa y maltratada madera, a través de cuyas rendijas, escapaba aquella extraña luz de color azul pálido.

Quedé petrificado por el temor y a punto de abandonar aquel mugriento conducto lo más pronto posible. Mi corazón comenzó a latir deprisa acuciado por el miedo a lo desconocido.

¿Qué habría tras aquella puertecilla misteriosa?

¿Algo terrorífico?

Mi mente se convirtió en un torbellino de alocados pensamientos. Surgieron todos los relatos escuchados, aumentando cada uno de ellos mi temor a lo desconocido y a lo sobrenatural.

Sin embargo no me moví.

Permanecí largos minutos intentando recuperar la calma y poder planificar mis próximas acciones con cordura.

¿Y si aquel resplandor provenía del exterior?

Resultaba muy posible que aquel conducto tuviese una derivación, la cual, ascendiendo hacia la superficie, fuese la que traía aquella misteriosa luz, y proveniente de los potentes reflectores exteriores de la fábrica.

--¡Sí, eso es!...¡Que estúpido he sido!... – dije en voz baja sonriendo.

Pensando en salir al exterior, retornar hasta la boca del túnel y darle un susto a D. S. , quien con toda seguridad permanecía intrigado esperando mi regreso, lanzándome hacia delante, di un empellón a la pequeña puerta y caí del otro lado.

Hasta el presente, permanece vívida en mí, aquella sensación de fuerte shock eléctrico que recorrió mi cuerpo, como si de mil agujas se tratase.

No recuerdo muy bien que ocurrió luego.

Cuando abrí los ojos, fue para despertar en un extraño bosque, un sitio casi indescriptible, y que recordarlo, aún hoy me produce escalofríos.

No era un bosque cualquiera, sus árboles de gruesos e irregulares troncos y largas ramas retorcidas, engendraban caprichosas formas, que mecidas por la brisa nocturna bajo la luz de la Luna, parecían ser rostros, cuerpos y brazos, de gigantescos y monstruosos seres dispuestos a abalanzarse sobre mí.

Comencé a temblar como una hoja. Mis ojos casi salían de sus órbitas en un vano afán de registrar aquel entorno.

¿Dónde demonios me encontraba?

¿Era mi mente presa de una alucinación?

De repente, recordé algunos relatos de mi amigo E.Q. , quien ha dedicado gran parte de su vida a estudiar ciencias ocultas. Y para ser más preciso, una ocasión en que mencionó en uno de ellos, la existencia de “puertas” ocultas hacia mundos o dimensiones desconocidas.

¿Habría yo traspasado una de esas puertas?

Me puse de pie mientras intentaba lograr algo de lucidez en mi confuso cerebro, y echando una mirada hacia aquel estrellado y diáfano cielo donde la luna brillaba con intensidad, por un momento pensé,  que de tratarse del mismo cielo contemplado por mí todas las noches, no había razón para preocuparme.

La lógica me decía que la mejor forma de salir, era regresar por donde había venido, cruzando la misteriosa puertecilla y luego regresando por el túnel.

Pero...¿dónde diablos estaba la pequeña y añosa puerta?

Comencé a caminar sin rumbo dentro de aquel ignoto y extraño bosque. Todo parecía ser diferente, maleza de gruesas y largas hojas, arbustos espinosos que nunca había visto y por supuesto, aquellos deformes árboles.

De repente, mi corazón dio un vuelco. Un par de sombras furtivas cruzaron por delante sin que alcanzase a dilucidar de que se trataba.

El miedo paralizó mis piernas y me detuve en seco, atisbando en la penumbra.

-- Debo recuperar la calma, debo recuperar la calma... soy un hombre, un hombre valiente y debo enfrentar... – había comenzado a decir en voz baja, cuando un sonoro chistido hizo que todos los pelos de mi cuerpo se erizaran.

No pude entonces evitar ser presa de un inenarrable pánico y eché a correr como un galgo entre la espesura. Cada tanto, sin detenerme, giraba mi cabeza por un segundo para ver si alguien o “algo” venía tras de mí.

No sé cuanto tiempo duró mi alocada carrera, pero al cabo de unos minutos, debí detenerme a causa de mi tremenda agitación.

Me eché sobre el suelo, recostando mi espalda sobre el tronco de un árbol intentando recuperar el aliento. Pero mi visión se había tornado borrosa y supe de inmediato que estaba al borde de sufrir un colapso.

Sin embargo no ocurrió, al cabo de un rato mi respiración había casi vuelto a la normalidad; pero no mi mente, que aún permanecía obnubilada.

Cuando creí haberme recuperado de tal susto y ante mis atónitos ojos, finas raíces comenzaron a enredarse como cordeles alrededor de mis piernas.

¡Ay de mí!

Fui presa de un incontrolable pánico, y lanzando un desgarrador alarido,  me puse de pié como impulsado por un resorte para luego emprender otra vez una veloz carrera. Sin embargo no llegué muy lejos. Una rama que cruzaba a mi paso, hizo que cayera de bruces con violencia y mi cabeza chocó contra el tronco de un árbol próximo.

Tal vez la fortuna o simplemente el destino, quiso que perdiese el sentido en aquel aterrador momento, de lo contrario, mi corazón hubiese estallado a causa de un mortal infarto.

Desperté sobresaltado. Cuando recuperé la conciencia y antes de abrir los ojos, rogué que todo aquello hubiese sido una vulgar pesadilla.

Pero no, no había sido un mal sueño. Yacía tendido boca abajo sobre el húmedo suelo, bajo un árbol de enorme tronco y ramas mecidas por la brisa.

-- Por todos los demonios... ¿donde me encuentro? – dije en voz baja.

-- Estás en Xan.

La voz sonó muy cerca de mí e hizo que volteara con rapidez.

Cuando vi aquella criatura, a sólo un par de metros de distancia,  mi corazón se detuvo y mis ojos casi saltan de sus órbitas.

Mi garganta se anudó de tal forma que me fue imposible respirar, menos articular palabra alguna.

-- ¿Cuál es tu nombre, humano? – preguntó.

-- ¡Ggggg!...

Su estatura no alcanzaba al metro. Su rostro era muy arrugado, de nariz regordeta y enrojecida, y su enorme bocaza mostraba una sonrisa sobradora.

-- E..e...eres....un....eres...un......eres...

-- No lo digas, no lo pronuncies, lo soy. Mi nombre es Zuxl.

Supe de inmediato que sin lugar a dudas era un gnomo o duende. A ciencia cierta, no sabía por aquel entonces diferenciar a unos de otros.

Su indumentaria era muy similar a la que había yo visto en dibujos o filmes, sólo que no lucía prolija, y menos, pulcra.

Sus grandes y brillosos ojos estaban clavados sobre los míos y su mirada me producía escalofríos.

-- Has atravesado el umbral.... no debiste haberlo hecho. ¿Qué deseas humano?...¿Tal vez codicias el oro de alguno de los nuestros?....

-- Ha...ha sido un accidente...quisiera...quisiera irme lo más pronto posible de...de este lugar...¿sabes tú de que manera puedo hacerlo?

-- Hummm...los humanos mienten a menudo, no sé si deba creerte. ¿Dices que has cruzado una de las puertas sin haberlo deseado?

-- ¡Así es!...¡Debes creerme!

Rascó su cabeza y quedó pensativo por unos instantes, luego preguntó:

-- Y...¿cuánto me pagarás por ayudarte a salir?

Abrí el traje hermético, y presuroso metí la mano en el bolsillo para extraer todo el dinero que llevaba conmigo.

Cuando se lo ofrecí, soltó una risita siniestra.

-- Son solo papelitos, ¿estás burlándote de mí?

-- No, en lo absoluto, es dinero...dinero real que usamos los...los humanos.

Meneó su cabeza y dispuesto a marcharse dijo:

-- No hay trato. Que tengas suerte... te hará mucha falta.

Entonces una brillante idea acudió a mi mente.

-- ¡Espera! ..te daré mi reloj.

Me quité el valioso reloj de Titanio que abrazaba mi muñeca para ofrecérselo con suma rapidez.

Le echó una ojeada, y dijo con cierto desdén:

-- No es de oro.

-- No, no lo es, pero es un reloj muy bueno, está fabricado con un metal muy especial, muy valioso para los humanos...es indestructible.

Lo cogió y acercó a su oído.

-- Veo que insistes engañarme. Este reloj no funciona.

Sonreí y le respondí con suficiencia:

-- Je, je...mira sus agujas y verás que funciona perfectamente, es más, es un reloj mágico...— alardeé.

Me miró sorprendido.

-- Nunca tendrás que darle a la cuerda para que funcione... pero si no lo quieres...en fin... – extendí mi mano pretendiendo me lo regresara.

Su mirada continuó fija sobre las agujas y por fin dijo:

-- Está bien. Creo que haremos el trato. Tu reloj mágico a cambio de mostrarte el camino de regreso.

Al ver tanto interés reflejado en sus ojos, llevé mi mano sobre la barbilla mostrando un claro gesto dubitativo.

-- ¿Hacemos el trato? – dijo insistente.

-- Hummm... pensándolo bien...el reloj mágico es muy valioso...

-- Te daré un doblón y quedaremos a mano....¿trato hecho? – dijo.

-- Igual saldrás con beneficio...pero...está bien, trato hecho.

Metió su mano en una bolsita que extrajo de uno de sus bolsillos y me extendió una moneda brillante y dorada.

Cuando la cogí, el inconfundible reflejo del oro destelló sobre mis ojos. Sonreí, aquel doblón de oro superaba sobradamente el valor del moderno reloj a pilas que le había dado. 

Sin demorar un segundo más, lo guardé en mi bolsillo y dije:

-- Bueno, vamos de una buena vez, tu guías y yo te sigo.

-- Bien, no te separes de mí. El bosque es peligroso para los humanos. Hay árboles malos y duendes dañinos que pueden hacerte pasar un mal rato...o peor aún.

No pude evitar que un escalofrío recorriese mi cuerpo ante tal afirmación y comencé a escudriñar los alrededores en busca de un posible peligro.

Durante una hora lo seguí a través del bosque. Una hora plagada de extraños sonidos, y misteriosas y fugaces sombras que cruzaban de tanto en tanto, a los lados o por el frente.

Durante todo el tiempo que duró la travesía, permanecí aterrado, con mis nervios a punto de colapsar.

Por fin, arribamos al pié de un cerro rocoso, en cuya ladera se recortaba la boca de una pequeña caverna de forma más o menos circular.

-- Aquí hay un pasaje al mundo de los humanos. – dijo señalando la ominosa y oscura entrada.

-- Espera, antes de irme deseo preguntarte algunas cosas. – dije.

-- Puedes preguntar. – respondió.

-- ¿Quiénes son los que cruzan hacia el mundo de los humanos y que nosotros a veces vemos?

-- Los duendes y los elfos. Ten cuidado, los oscuros, por lo general, son malignos y muy peligrosos, otros, simplemente buscan divertirse asustando o haciendo bromas.

Ellos van y vienen a su antojo a vuestro mundo, por el contrario, ustedes no deben venir nunca al nuestro. Tu has tenido la suerte de encontrarte conmigo... de lo contrario hubieses muerto.

¡Ah! No debes mostrar a nadie el oro de los gnomos.

Me despedí de aquel increíble personaje y luego me lancé al interior de la caverna.

Unos minutos más tarde un verde resplandor me guió hacia una puertecilla de madera vetusta.

Al atravesarla, un shock eléctrico recorrió por mi cuerpo.

No recuerdo más.

-- ¡Despierta...vamos....despierta!

La insistente voz de D.S. hizo que abriera mis ojos .

Me encontraba tendido sobre el escritorio de mi oficina.

-- ¡Gracias a Dios!...creí que no despertarías. Buen susto me has dado. – dijo D.S.

Lucía muy sucio, su rostro y sus manos estaba cubiertos de polvo de tierra.

Me incorporé hasta quedar sentado.

-- ¿Qué me ocurrió? – dije a media voz.

-- Como demorabas demasiado entré al túnel a buscarte... estabas sin sentido. Presumo que ha sido a causa del excesivo calor dentro del traje y la falta de aire. Me ha costado bastante trabajo arrastrarte fuera del conducto.

Creo que ambos debemos ahora ir a las duchas y sacarnos la mugre de encima.

Si esto llega a oídos del patrón, la pasaremos mal.

Una hora después, aún algo atontado a causa del desmayo, abandonaba el turno de trabajo y regresaba a mi hogar a bordo del ómnibus de la fábrica.

Permanecí callado durante la media hora que duró aquel viaje hasta la ciudad. No tenía ánimos de hablar con persona alguna o comentar lo ocurrido.

-- Duendes, gnomos, elfos...¡bah, puras patrañas! .. -- dije por lo bajo en un momento.

Pero cuando rebusqué en mi bolsillo y palpé el grueso doblón de oro, mi corazón se aceleró a punto de estallar. Y con un movimiento veloz de mi brazo, pude comprobar la ausencia de mi reloj de Titanio.

A nadie relaté lo sucedido, ni siquiera a mi esposa, quien nunca supo que me había ocurrido cuando regresé a la casa con el rostro pálido al igual que un difunto.

Aquel extraño doblón de oro, con inscripciones aún más extrañas, nunca fue visto por persona alguna, celosamente guardado durante años permaneció lejos de la vista de mi mujer e hijos y dentro de un escondrijo bajo el piso del dormitorio.

Pero un buen día, cuando consideré que había transcurrido bastante tiempo y si lo mostraba a mi esposa nada malo ocurriría, éste desapareció misteriosamente. Se desvaneció. O tal vez, algún fabuloso ente, decidió venir a buscarlo en la oscuridad de la noche.

 

 

Fin

bottom of page