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CARL STANLEY
escritor
EL EXTRAÑO CASO DEL SEÑOR WILSON
Hacía un par de meses que había terminado el curso de detective privado, sentado en el sillón de la pequeña y flamante oficina leyendo el diario, esperaba ansioso mi primer caso.
Debo admitir que dos meses de espera, y bastante dinero que debía, a estas alturas hacían que me sintiera impaciente y en parte descorazonado. Los avisos publicados en el periódico informando sobre mis servicios no resultaban muy onerosos, pero se mezclaban con muchos otros, tal vez de investigadores conocidos o con más experiencia.
Una mañana, mientras dormitaba de puro aburrido nomás, con mis piernas descansando sobre el escritorio, un leve carraspeo me sacó de mi sopor.
Abrí los ojos de inmediato intentando de despabilarme, a la vez que bajaba mis piernas del mueble, cuando lo vi parado justo frente a mí.
Mi primer cliente.
--Buenos días. – dijo con voz muy leve.
--Buenos días tenga usted ¿señor...? – respondí tratando de despabilarme.
Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, vestido con su traje de color negro por cierto bastante antiguo, y con un sombrero del mismo color sobre su cabeza. Lucía impecable. En su mano derecha sostenía un elegante maletín de cuero.
Me miró fijo por un instante y luego dijo:
-- Espero, pueda usted ayudarme.
-- Estoy a su servicio.
-- Wilson, Thomas J. Wilson, y necesito de sus servicios como investigador privado.
-- Perfecto, caballero, usted dirá que problema tiene, y yo trataré de resolverlo de la mejor forma y lo más pronto posible. – dije mostrando una amplia sonrisa. La alegría de mi primer caso me embargaba.
– Por favor, tome asiento.
-- No, estoy mejor de pie – respondió enseguida.
Se produjo un silencio por más de un minuto, mientras yo esperaba que aquel individuo de aspecto muy pulcro y antigua vestimenta, hablara sobre su problema. Por fin, luego de mirar de un lado a otro mi reducida oficina, se decidió:
-- Sospecho que mi esposa me engaña.
-- Ahh. Un caso de infidelidad. – respondí de inmediato.
-- Exacto.
-- ¿Y usted quiere que investigue y reúna las pruebas del hecho, verdad?
-- Así es.
-- Bueno, no hay problema. Debe darme algunos datos, el nombre de sus esposa, su dirección, y si dispone de alguna fotografía reciente deberá entregármela. Por supuesto que debo identificarla. – dije mientras con una libreta de notas sobre el escritorio estaba listo para tomar la información que aquel hombre me diese.
-- Por desgracia no dispongo de una fotografía reciente de ella en éste momento, pero puedo darle los datos que usted requiera.
-- Bien, bien. Ustedes viven juntos por supuesto, dígame su dirección.
-- Calle Carruthers 615. Su nombre es Elizabeth.
-- ¿Porque presume usted que lo engaña?
-- Tengo serias sospechas de ello. Sus extrañas salidas...y algunas cosas más.
-- ¿Cómo cuales?
-- Ultimamente me ignora, no me dirige la palabra, siempre sale y no se adonde va. Por eso pienso que se encuentra con alguien... un amante tal vez.
-- ¿No ha intentado seguirla?
-- No, mis obligaciones de trabajo no me lo permiten, viajo de manera constante en avión a Lisboa.
-- Comprendo, comprendo, tiene negocios que atender en Portugal.
-- Así es.
-- Bueno, esto es sencillo. Mis honorarios son de setenta y cinco pesos diarios, más gastos. ¿Esta de acuerdo?
-- Me parece bien.
Luego quedé esperando me dijera él como iba a pagarme, cosa que luego de un minuto de silencio comprendió y dijo:
-- Disculpe usted, no me había percatado, usted mismo deberá retirar su paga, yo le diré donde. Tomará el importe de ésta investigación. ¿De acuerdo?
Aquello sonaba raro, pero era mi primer caso y me hacía falta el dinero.
-- Por completo. Diga usted Mr. Wilson.....
-- Bien, deberá ir a la calle Riverside 1416. Hay una llave oculta bajo una tabla de la escalerilla del porche, para ser exacto debajo del último escalón. Se encuentra dentro de una bolsita de plástico, para su protección, ¿entiende verdad?
-- Sí, sí, por supuesto.
-- Bueno, ingrese en la casa y diríjase hasta el primer piso. La primera puerta de la derecha conduce al dormitorio principal, en el rincón derecho y junto a la ventana, hay una tabla en el suelo que puede retirarse pues está floja. Es un escondrijo, y allí encontrará el dinero. Tome lo necesario.
Mientras tomaba notas en mi libreta todo aquello me parecía demasiado extraño.
-- ¿Quedó todo claro? – preguntó Wilson.
-- Sí, muy claro. Pero luego, cuando tenga la evidencia, ¿dónde y como me comunico con usted para entregársela?, seguro no querrá que sea en su casa. Debe darme un teléfono donde llamarlo.
-- No es necesario. Yo me comunicaré con usted.
-- Descríbame de forma breve a su esposa entonces.
-- Es rubia, muy bonita, tiene cuarenta y cinco años. Un metro setenta de estatura y ojos verdes, cabello largo sólo un poco más allá de sus hombros.
-- ¿Vive alguien más en la casa?...digo, otra persona con la cual pueda yo confundirla.
-- No, mis hijas están casadas y no viven con nosotros. Elízabeth y Helen.
-- Bien, creo que eso es todo por ahora. -- dije, mientras me ponía de pie y me disponía a despedirlo.
Wilson ahora permanecía en silencio. Había agachado levemente su cabeza como apesadumbrado. Deduje que le resultaba incómodo y en parte vergonzozo exponer aquel problema a un extraño. Pero en aquel caso, yo era el profesional que debía ayudarlo y pensé que aquel hombre no debía sentir vergüenza alguna, cual quien se desnuda frente a un médico para que éste lo revise.
-- No debe usted sentirse mal al confiarme su caso señor Wilson. Soy un profesional y sepa usted que ninguna información trasciende los límites de esta oficina... – comencé a decir mientras daba media vuelta y me paraba a observar hacia el exterior junto a la ventana – ... nada de lo que usted me confía saldrá de mí, además...
De pronto volteé y me encontré hablando con nadie, mi cliente se había retirado de forma intempestiva. El señor Wilson había desaparecido sin siquiera saludarme. Entendí de inmediato como debía sentirse aquel hombre mayor al confesarme la infidelidad de su amada esposa. Lo comprendí y justifiqué su momentánea y descortés actitud.
Pero, en fin, ya tenía mi primer caso y estaba muy contento y dispuesto. Un simple seguimiento.
Con suerte resolvería todo y tendría las pruebas en una semana o tal vez un poco más, si resultaba cierto que aquella dama lo engañaba. Y si no, en parte me alegraría por aquel, mi primer cliente.
Al día siguiente, desempolvé mi cámara fotográfica, los binoculares, y tomé una libreta de apuntes. Primero iría a recoger parte del dinero de la paga donde me había dicho Wilson y luego iniciaría mi tarea.
Luego de media hora en automóvil, arribé a la dirección que aquel me había dado, Riverside 1416. Para mi total sorpresa, comprobé que la dirección correspondía a una casa de dos pisos abandonada por completo.
¿Habría algún error en los datos que me había suministrado aquel hombre? No, la dirección que había anotado era la correcta, y además recordaba muy bien cuando él mismo me la había dicho. Por fortuna poseo buena memoria.
La casa estaba casi en ruinas, presumiblemente y por su aspecto hacía ya muchos años que estaba deshabitada. En un tiempo debía haber sido hermosa, según mostraban algunos restos de blanca pintura ahora descascarada por completo. Los yuyos estaban crecidos y el aspecto general de la vivienda era calamitoso.
-- Menudo lugar tiene este hombre para ocultar su efectivo. – pensé. Se arriesga demasiado a que cualquier ladrón ocasional u algún indigente, penetre en la casa vacía y halle el dinero oculto.
Entonces, por un momento me detuve a pensar.
¿Será cierto que éste tipo Wilson oculta una suma importante bajo el piso de una vivienda deshabitada?
¿No se trataría de alguna pesada broma concebida por alguno de mis amigotes?
De todas maneras, en aquel momento no existía otra opción más que seguir adelante y averiguar la verdad.
Traspuse la puertita cancel del cerco perimetral de la casa y me detuve frente a su puerta principal, donde una destartalada escalera de cuatro escalones formaban parte del porche de entrada.
Por un momento pensé que si alguien me veía dentro de aquella propiedad, bien podía llamar a la policía y ellos detenerme por invasión ilegal. Sería todo un embrollo justificar mi presencia allí.
Miré hacia todos lados por precaución, y luego procedí a meter la mano buscando la llave bajo la tabla del cuarto escalón y según mi cliente había indicado.
La madera estaba media podrida y en el lugar había un hueco. Sólo rogaba que no me picara algún insecto venenoso o mordiera algún roedor al invadir sus dominios.
Luego de escarbar un par de minutos, y cuando estaba por desistir convencido de que se trataba de una mala jugada, como dije, de parte de alguno de mis amigos. Encontré la bolsita plástica. Por completo llena de tierra y restos de madera corroída, creo que fue en realidad una casualidad que la hallase.
A todas vistas se trataba de una llave de emergencia que no se usaba y vaya a saber hacía cuanto tiempo estaba oculta en aquel escondrijo. Munido de ella, abrí con cierta dificultad la puerta principal y me introduje en la casa.
El olor rancio de moho y humedad era muy fuerte. El interior se hallaba en penumbras, debido a que casi todas sus ventanas estaban cerradas, y la poca claridad que penetraba desde el exterior lo hacía de manera escasa a través de vidrios opacados por la tierra acumulada.
Extraje una pequeña linterna que siempre llevo en el bolsillo de mi chaqueta, y comencé a escrutar el interior.
Comprobé que se hallaba vacía, sin muebles o artefactos. Sólo una araña de hierro pendía del techo en la sala de entrada, cubierta por millones de hilos de telas de araña, valga la redundancia.
-- Esto está abandonado hace diez años al menos. – dije en voz baja.
Por un momento me detuve pensando que en realidad era parte de algún complot. ¿Pero de que tipo? Hasta ahora todo había sido como el tal Wilson me había dicho. Luego, comencé a subir por la escalera y hasta llegar al primer piso. Los crujidos que emitió me hicieron temer a que en algún momento se desarmara sufriendo yo un accidente.
Un minuto después, ya en el dormitorio y según me había dicho Wilson, hallé sin mucha dificultad la tabla floja del piso, la cual levanté de inmediato para toparme con un envoltorio doble de envases de nylon sujetos por una gruesa banda de goma, que en cuanto intenté quitar, se desgranó.
El corazón me dio un vuelco cuando vi lo que contenía aquel paquete.
Un voluminoso fajo de billetes de cien y un antiguo reloj de oro de bolsillo, en cuya tapa al abrirla, descubrí una vieja fotografía de Wilson y de la que presuntamente era su esposa, ambos muy jóvenes. Tomé mil pesos de aquel fajo, y luego guardé el resto junto con el reloj en el mismo envoltorio y sitio donde lo había hallado.
Cogí lo que consideré más que suficiente, si aquel trabajito resultaba costando menos, le devolvería a Wilson la diferencia, pues no deseaba regresar a aquel lugar a retirar otra suma.
Al día siguiente, muy temprano en la mañana, decidí permanecer dentro de mi automóvil y vigilar desde escasos cincuenta metros, la casa de la calle Carruthers 615.
Llevaba cerca de dos horas y bastante café bebido, que dentro de un termo me había provisto junto con algunas galletitas, cuando una mujer que se ajustaba a la descripción de Elizabeth Wilson, salió de la casa en compañía de otra mujer de bastante edad y canos cabellos.
Tomé los binoculares para ver más detalles no quedándome luego ninguna duda de que de ella se trataba.
Ambas mujeres, minutos más tarde, ascendieron a un automóvil que se hallaba estacionado frente a la casa y partieron. Yo, por supuesto, comencé a seguirlas a una distancia prudencial.
Un buen rato después y luego de un largo trayecto, se detuvieron frente a otra vivienda, descendieron del vehículo e ingresaron en ella.
Nuevamente y siempre desde el interior de mi automóvil, comencé una nueva guardia para observar al detalle todo movimiento que involucrase a la mujer en cuestión. Pero contrario a todas mis expectativas, estuve hasta avanzadas horas de la tarde sin que lograra captar algo relevante.
Aquel primer trabajo encomendado resultaba tedioso, aburrido, y por demás de incómodo. Había bajado de mi automóvil incontables veces a estirar las piernas; aunque siempre alerta a cualquier movimiento de personas que entrasen o saliesen de la casa.
Nada ocurrió hasta entrada la noche, y cuando un automóvil de nuevo modelo, color negro, llegó para luego ingresar en el garage.
Luego, un hombre portando un maletín descendió de él y penetró en la vivienda. En aquel momento decidí que debía por lo menos averiguar, en parte al menos, que era lo que ocurría dentro.
Hasta el momento no sabía quien era la mujer entrada en años que acompañaba a la que yo había identificado como Elizabeth Wilson, como tampoco la identidad del cuarentón que había arribado hacía escasos minutos.
Ya había oscurecido y me deslizé por los alrededores, atisbando lo mejor que pude por todas las ventanas que me fue posible.
Corría el riesgo de que alguien descubriese mi furtiva presencia y alertara a la policía confundiéndome con un ladrón al acecho que merodeaba el lugar. Pero debía cumplir con mi trabajo, y si algo ocurría, daría luego explicaciones. De todos modos, tenía como justificarlo y por supuesto mis credenciales de detective privado en orden.
En un momento dado, y al acercarme a una de las ventanas, descubrí a la presunta Elízabeth Wilson, a la mujer de avanzada edad, y al caballero que había llegado hacía un rato, todos cenando en torno a la mesa de un amplio comedor.
Pero lo que más me dejó intrigado y sorprendido, fue que en un extremo de aquella mesa se hallaba sentado el mismísimo señor Wilson.
¿Quién era la mujer mayor? Seguro la madre de Elízabeth.
¿Quién era el hombre cuarentón que había llegado hacía un rato?
No lo sabía, pero averiguaría pronto.
En vista de la presencia de Mr. Wilson, decidí retirarme de la escena, no tenía objeto quedarme a observar, e informarle luego algo que él ya sabría.
Obviamente me había mentido al decir que debía abordar un vuelo hacia Lisboa y por lo que estaría ausente. A menos que hubiese ido y vuelto en tiempo record, cosa que no resultaba posible.
Tracé un plan de acción ya de regreso a mi oficina, que consistía en averiguar quien era el hombre que cenaba con la familia, quien era la mujer mayor y quien vivía en aquella casa del 5789 de la calle Arrow. Por supuesto que de poder comunicarme con mi cliente, eso lo hubiese sabido de inmediato, cosa que por ahora no era posible y hasta que él se comunicase conmigo otra vez y para aclarar en algo aquel confuso panorama.
Por la mañana del día siguiente, logré indagar a través de la guía telefónica que la casa de la calle Arrow pertenecía a un tal Michel N. Morrison, con seguridad el hombre cuarentón de la noche anterior. Deduje que era probable se tratase de algún pariente o amigo que había invitado a los Wilson a cenar.
Los dos días subsiguientes vigilé la vivienda de la calle Carruthers 615, y además donde habitaban los Wilson, pero sólo comprobé y en varias oportunidades la presencia de la mujer mayor. De Elizabeth Wilson, ni rastros.
¿Sería posible que se mantuviera dentro de la casa sin asomar siquiera?
Dos días más transcurrieron sin que aún lograra verla salir de aquella vivienda. Sin embargo, en un par de oportunidades, observé a Mr. Thomas Wilson parado en el frente de ella, con su mismo traje antiguo y su maletín en la mano.
Su actitud me resultó muy extraña en aquellas dos ocasiones, ya que permaneció por más de una hora en el mismo sitio, estático y observando.
¿Qué se traía este tipo entre manos? ¿Tal vez planeaba algo que yo desconocía hasta ese momento?¿Por qué contratar a alguien para vigilar a su esposa?, siendo que de ella no había ni rastros en más de cuatro días, y además era evidente que él no se había ausentado como me había dicho que haría.
A todo esto, la única persona que iba y venía, era aquella mujer que yo suponía hasta ese momento que era su madre.
¿Estaría enferma Elizabeth y su madre la cuidaba? Sí, esa era una posibilidad lógica.
Habiendo pasado una semana completa sin ocurrir ningún hecho que hiciese pensar que aquella mujer era infiel, decidí de manera simple esperar a que aquel señor me visitase, informarle sobre el resultado de mi investigación, y terminar con aquel caso.
Por la noche del octavo día, luego de cerrar la ventana de mi oficina antes de marcharme, al volverme me topé con mi elegante cliente frente a frente.
En realidad me sobresalté bastante al no haberlo escuchado entrar.
-- ¡Ah, Mr. Wilson!....lo esperaba, tome asiento por favor. Sabe usted, ya estaba por retirarme. – dije, acomodándome en el sillón detrás de mi escritorio.
-- Prefiero permanecer de pié. – dijo con voz suave.
-- Como guste. Bueno, debo informarle que su esposa no ha salido de su casa. Por supuesto que hasta este momento no ha podido serle infiel. Pero eso ya debe usted saberlo.... – dije. Haciéndole notar que sabia que él había estado en su domicilio hacía poco tiempo y no de viaje, como él había pretendido hacerme creer.
-- ¿Porque habría de saberlo?
-- ¿No ha viajado en estos días verdad?...como usted había programado supongo.
-- Viajo de manera constante a Lisboa señor. – afirmó.
Ante tal afirmación decidí cambiar el rumbo y pregunté:
-- ¿Quien es Michel Morrison?, de la calle Arrow, ¿un amigo o un pariente suyo?
-- ¡Ah! Veo que ha investigado todo. Es mi yerno, el marido de mi hija Elízabeth.
-- ¿Y la mujer mayor que entra y sale de su casa?
-- Pues no lo sé.... – dijo. Luego como pensando de quien podría tratarse afirmó — ...tal vez usted haya visto a la madre de mi esposa que estaba de visita, tal vez.
-- Mire Mr. Wilson, a su esposa la he visto en una sola ocasión. Al que dice usted que es su yerno, también. Nadie entra y nadie sale de su casa a excepción de la que entonces supongo es su suegra.
-- Yo no le he solicitado que vigile a mi suegra sino a mi esposa, y cuando estoy de viaje, que es casi en forma constante. ¿Me ha entendido usted? – alzó el volumen de su voz y su rostro cambió de expresión.
-- Sí, perfecto. Lo que no quiero es robarle el dinero enfrascándome en una larga vigilancia que vaya a saber cuanto tiempo más demandará.
-- Usted vigílela el tiempo necesario y tome el dinero que haga falta. ¿Lo halló verdad?
-- Esta bien. Continuaré si usted lo quiere. – dije un poco enfadado.
Luego agregué:
-- Excúseme por un minuto.
Y me retiré al baño a orinar, pues mi vejiga ya estaba a punto de estallar.
Al salir, Wilson ya no estaba. Otra vez se había retirado sin despedirse siquiera. Supuse que era evidente que no le gustaba dar explicaciones. De esa forma complicaba demasiado las cosas y además, mentía de forma descarada al afirmar que viajaba en todo momento. ¿Qué planearía? ¿Tal vez asesinar a su esposa?
¿Con que motivo querría involucrarme? ¿Para armar tal vez una coartada?
Mi vigilancia continuó por cinco días más, sin que nada importante sucediera. Sólo la madre de Elizabeth que entraba y salía de la casa y otra vez mi cliente parado en el frente de ella en algunas ocasiones, en lo que yo consideraba una pasiva y estúpida actitud observadora, dado que me pagaba a mí por realizar esa tarea.
Aquella situación se había vuelto tediosa y exasperante. Por lo que decidí echar un vistazo a la casa de la calle Arrow, donde según Wilson, vivía una de sus hijas y que calculé tendría veintitantos años, casada con un tipo mucho mayor que ella de nombre Michel Morrison.
En aquella casa, descubrí que habitaban aparte de Morrison, la que supuse Elizabeth hija de Wilson, una bella joven de veitiuno o veintidos años, un jovencito de unos dieciocho años y otro de escasos quince. Pero lo que en realidad me dejó sin palabras, era que allí se encontraba viviendo la esposa de Wilson.
Primero supuse que estaba de visita, pero luego comprobé de manera fehaciente que convivía con su joven hija y su yerno. Con respecto a los dos jovenzuelos, aún no podía imaginar quienes eran.
Unos días más pasaron, cuando quedé pasmado por los hechos que constaté a través de mis binoculares, hallándome encaramado en un árbol cercano.
La esposa de Wilson, compartía el dormitorio y por supuesto la cama con su yerno, el Sr Morrison, mientras la joven Elizabeth dormía en otro cuarto.
Me sentí realmente escandalizado. Había algo que yo no entendía del todo, o se trataba de una familia de degenerados morales, o pertenecían a alguna secta. Por un momento sentí lástima por Mr. Wilson, el que consideraba un caballero muy correcto, y por fin comprendí su problema.
Antes de presentar un informe completo a mi cliente, y para cerrar mi investigación de forma definitiva, decidí aprovechar una oportunidad que se me presentaba de manera casual. Una propiedad cercana a la del Sr. Morrison estaba a la venta, más precisamente dos casas de por medio.
Por lo que me dirigí hacia donde vivía aquella extraña gente y toqué el timbre.
Luego de un minuto la puerta se abrió, y apareció la esposa de Wilson en persona. Con una sonrisa me dijo:
-- ¿Qué desea señor?
-- Usted sabrá disculparme señora. Mi nombre es Gabriel M. Joyce, y he visto el cartel de venta en aquella propiedad casi lindera con la suya... – enseguida extendí mi mano presentándome y ella me la estrechó sonriendo –...usted sabe, los mejores para informar como es el barrio y la vivienda en cuestión, por...tal vez algún problema de plomería, eléctrico, o de gas, son los vecinos. Ese es el motivo por el cual me atreví a molestarla y desde ya le pido mil disculpas.
-- No tiene porque hacerlo señor Joyce. Le comprendo. Bueno, le digo desde ya que se trata de un vecindario muy agradable, tranquilo. Bastante pintoresco y arreglado, como puede usted comprobar. Hay un par de escuelas cercanas, ¿tiene usted niños?
-- No, por ahora no, pero con mi esposa pensamos tenerlos pronto...esteee, ella está esperando. – mentí en forma descarada.
La pobre mujer creyó mi historia y dijo:
-- ¡Ahh, que alegría! Lo felicito. Los hijos son lo mejor que puede ocurrirnos el la vida. -- concluyó con satisfacción dibujada en el rostro al pronunciar éstas palabras.
-- Veo que usted tiene hijos, por supuesto. – sonreí.
-- Sí, por fortuna tengo tres, una hermosa hija de veintidos y dos varones, de dieciocho y quince años.
-- Que bien, que bien. – dije, mientras se me armaba una real confusión en la cabeza -- Hoy en día es duro mantener una familia tan grande. Es decir, hay que tener un buen empleo para ello, je,je. – dije, dispuesto a seguir indagando.
-- Sí, es verdad. A nosotros nos cuesta mucho, pero por fortuna mi esposo tiene un buen empleo, si llegamos a ser vecinos ya tendrá tiempo de conocerlo, espero.
-- Si, por supuesto. Me encantará conocerlo al Sr.....
-- Michel, Michel Morrison es su nombre, el mío es Elizabeth.
Luego de escuchar aquellas palabras estaba más confundido aún.
¿Casada con el yerno? En realidad no entendía nada en lo absoluto.
-- Bueno, creo que ya he robado mucho de su tiempo señora Morrison. – intenté cortar aquella charla y despedirme, debía tomar un tiempo para replantearme un poco aquella situación.
Pero ella continuó diciendo:
-- No, ha sido un placer señor Joyce. Mire, la casa es en realidad muy hermosa y no tiene problemas de instalaciones de servicios, o al menos Emma no me los ha comentado nunca. Emma era la mujer que antes vivía allí y éramos amigas.
-- He visto muchas propiedades hasta ahora, pero a decir verdad ésta es la que más me agrada. – se me ocurrió de repente decirle.
-- ¿Ahh sí?
-- Sí, la anterior que visité estaba en la calle....en la calle ....Carruthers, sí, en la calle Carruthers, no me salía el nombre, je,je.
La mujer saltó de inmediato y como yo lo esperaba, enseguida dijo:
-- ¡No me diga, en esa calle vive mi madre! ¡Que coincidencia!
-- ¡¿Su madre?! – exclamé, ahora total y desconcertado por completo.
La mujer me contempló con asombro, ante lo que pensó era una reacción exagerada de mi parte. Pero no pude evitar reprimir la sorpresa que me causó aquella afirmación de parte de la mujer.
-- Sí, mi madre. Pero... parece usted sorprendido.
-- No, no, es que es una gran coincidencia. – sonreí tratando de mostrarme lo mas centrado posible.
-- Sí, ella vive en la calle Carruthers
-- Bueno señor Joyce, está usted informado entonces.
-- Señora, ha sido un verdadero placer charlar con usted. Mucho le agradezco y que tenga muy buenos días. – le estreché la mano.
Me retiré con una total confusión en la cabeza y mil interrogantes por responder.
Entonces: el señor Wilson vivía en la actualidad con su suegra, su esposa estaba casada con el que presuntamente era su yerno, ¿y tenía tres hijos, dos adolescentes y una joven de veintidos años? Nada encajaba en toda aquella cuestión.
Mi cliente me había mentido con alevosía y se burlaba de forma descarada de mí. Su pretendida esposa se hallaba casada al parecer hacía muchos años o Elizabeth no era su esposa en realidad.
Pero si no era la mujer que vivía con Morrison en la calle Arrow, ¿quien era su esposa? ¿Acaso la anciana de más de setenta años que convivía con él en el 615 de Carruthers? No, esto último no era posible. En definitiva resultaba importante reunirme con Wilson para aclarar bien y del todo las cosas.
Me sentía demasiado furioso, engañado. Apenas apareciera el tipo le pediría explicaciones.
Una semana transcurrió sin que yo retomara aquel misterioso e incomprensible caso y sin que Wilson apareciera. No valía la pena continuar con aquella estupidez, y además mi cliente, aunque no lo aparentara era un tremendo mentiroso. ¿O tal vez un enajenado?
Pensaba cobrarle los honorarios y mandarlo de paseo.
Pero en vistas de que no aparecía por mi oficina, decidí sin más, ir hasta su casa y sondear la situación. De todas maneras estaba en mi derecho de cantarle cuatro frescas por la tomadura de pelo de la cual me había hecho víctima.
Cuando llamé a la puerta de la casa, la señora que había ya observado decenas de veces me atendió enseguida.
-- ¿Que desea?
-- ¿El señor Wilson, está?
-- No, no está. ¿Quien le busca?
-- Mi nombre es Joyce señora. Debo hablar en privado con él, un asunto de negocios, ¿usted me entiende verdad?
La mujer sonrió vagamente y luego dijo:
-- ¿Algún problema grave?
-- No, sólo debo aclarar algunas cosas con él, ¿está presente?...¿o está de viaje? – mi paciencia se agotaba.
La mujer se puso seria de repente.
-- ¿Se trata de alguna broma de mal gusto?
Al escucharla la miré sin entender. Casi respondo que sí, que se trataba de una broma de mal gusto y de la cual había sido yo la víctima.
-- Si es así, usted disculpe... – dijo, y comenzó a retirarse disponiéndose a dejarme plantado cerrando la puerta en mis narices.
-- No señora. No se trata de ninguna broma, es un asunto serio. –
dije poniendo énfasis y enarcando mis cejas.
-- ¿Qué edad tiene joven? – preguntó.
-- Treinta años señora.
-- Entonces usted no pudo haberlo conocido, pues era un chiquillo de sólo tres años de edad cuando él falleció. Insisto en que o usted se ha confundido de persona, o se trata de alguna broma de muy mal gusto.
-- Mire señora, él....
De pronto quedé mudo.
-- Joven, no debemos estar hablando de mi esposo...o sea, usted se ha equivocado de persona.
-- ¿El señor Thomas J Wilson, su esposa se llama Elizabeth, tiene dos hijas, Elizabeth y Helen?
-- Joven, ¿quiere pasar? creo que aquí hay una gran confusión. Pase, le invitaré a un café y dentro charlaremos más tranquilos.
Acepté ingresar en la casa y minutos después estábamos bebiendo ambos una taza de café. Aquella anciana y yo.
-- Mire, sé que a lo mejor todo esto le parecerá ridículo. ¿Acaso su esposo no viste un elegante pero antiguo traje negro, sombrero, tiene cuarenta y cinco años más o menos y usa un maletín de cuero negro también? Además siempre viaja a Lisboa, según me ha dicho.
La mujer se tomó la cara con ambas manos y meneó la cabeza.
-- ¿Le ha dicho que siempre viaja a Lisboa?
-- ¿Es mentira acaso? — pregunté, mientras la mujer me contemplaba en silencio con evidente tristeza en sus vidriosos ojos -- ...¿según veo entonces, no es cierto lo de los viajes, acaso sufre de alguna alteración mental?
-- Vuelvo a repetirle que mi esposo falleció hace veintisiete años. ¿Quién le ha dado su descripción. Le ha visto en alguna fotografía?
-- Mire señora, él estuvo en mi oficina hace muy poco, un par de semanas. Contrató mis servicios, pues soy un detective privado y deseaba que siguiera a su esposa para ver si ésta era fiel durante su ausencia, ¿me entiende ahora?...pero descubro que su esposa vive con un tipo llamado Morrison y tiene tres hijos.
Decidí decir la verdad, total, ahora que más daba.
-- Aguarde joven, usted está confundido por completo o en realidad no entiende. Yo soy Elizabeth Wilson, esposa de Thomas J. Wilson y madre de Elizabeth, que está casada hace muchos años con Michel Morrison y tiene tres hijos... que son mis nietos.
Mi esposo falleció en un accidente aéreo hace veintisiete años en un vuelo a Lisboa que se precipitó al océano ¿Le quedó todo más claro ahora?
-- ¿Ahh sí?¿Y entonces porque hace unos días atrás estaban cenando los cuatro en esta misma casa, su hija, su yerno y Thomas?...
-- ¿Cómo dice?...es cierto que cenamos, pero...¿de donde sacó usted que estaba presente mi difunto esposo?
-- ¡Por favor señora, lo he visto con mis propios ojos desde esa ventana!...disculpe usted el hecho que los espiara, pero es mi profesión. – señalé hacia el sitio con mi dedo índice.
La mujer se tomó la cabeza con ambas manos alisándose el cabello en forma nerviosa, luego preguntó:
-- ¿Usted lo vio?
-- Sí, sentado en aquel extremo de la mesa. Usted se encontraba ahí, su yerno allí... y la que dice que es su hija en ése lugar. – dije señalando cada sitio en la mesa.
Luego procedí a dar descripciones sobre como vestían en aquella ocasión y otros detalles.
-- ¿Y dice que fue a su oficina a contratarlo?
-- Correcto.
-- ¿Y con que pagaría sus servicios, con un pasaje al cielo?
-- No, con dinero contante y sonante, es más, ya he cobrado por mi trabajo.
-- ¡¿Qué me está diciendo usted, joven?!
-- El me dijo que concurriese a una vivienda que hoy se halla abandonada, en la calle Riverside 1416, debajo del último escalón recogiera una llave para la puerta del frente y luego retirase el dinero que fuera necesario para cubrir mis honorarios y demás gastos debajo de una tabla del piso del dormitorio principal. En el rincón derecho junto a la ventana.
Es más, junto con el dinero hay un reloj de bolsillo con una antigua fotografía de él, con... presumiblemente su...su esposa, ambos jóvenes.
La mujer se cubrió la boca espantada, luego se puso a llorar desconsolada.
-- ¿Entonces ha fingido su muerte, supongo? – pregunté con inocencia.
-- No. Usted ha hecho tratos con un difunto, es decir con un fantasma. – respondió.
-- ¡¿Queee?! – exclamé anonadado.
-- Sí, joven. Usted lo ha visto con su aspecto antes de morir. Recuerdo que era muy celoso de mí y siempre desconfiaba, pensaba que yo podía engañarlo mientras él permanecía de viaje, estaba obsesionado...pobre. Pero siempre le fui fiel , si en realidad se comunica con él, dígaselo. Puede que así descanse en paz ....
Quedé helado. Sin saber que más decir.
-- Le....le traeré el resto del dinero y el reloj. – dije con voz titubeante.
-- ¿Puede usted hacerme ese favor?, era nuestra vieja casa y aún es nuestra, algún día la pondremos en venta. Es un recuerdo y nos hemos resistido a deshacernos de ella.
-- Está bien señora Elizabeth, tranquilícese. Yo ahora debo irme, gracias por el café y lamento todo esto.
-- Usted no tiene culpa alguna joven. – sus ojos estaban enrojecidos.
Por la tarde estaba yo en camino a la calle Riverside 1416, no quería postergar más aquella cuestión, retiraría el reloj y el dinero y se lo llevaría a Elizabeth. Luego me olvidaría de aquel asunto que ahora comenzaba a aterrarme.
Llegué hasta ella poco después, ya anochecía, y cuando me paré frente a ella un temblor me recorrió el cuerpo. Toparme con el que ahora sabía se trataba del fantasma de Wilson, me tenía muy atemorizado.
Dudé por un momento, pero luego pensé que si aquel no había tratado de hacerme algún daño antes, tampoco había razón para pensar que quisiera hacérmelo ahora.
Pero una vez dentro, el miedo volvió a apoderarse de mí. Estuve a punto de salir disparado hacia la planta alta, y a toda velocidad recoger el dinero y el reloj, para retirarme lo más rápido posible de aquella casa. No lo hice. Debía comportarme como un hombre valiente, con agallas, como todo un investigador privado.
Subí despacio por la crujiente escalera, mis ojos miraban hacia todos lados con desconfianza mientras mi corazón acelerado parecía querer salirse del pecho.
Las sienes me retumbaban y un intenso calor recorría mi cuerpo.
Tenía miedo y no lograba controlarlo.
Por fin, retiré la tabla, cogí el dinero y el reloj y me dispuse entonces a salir de forma rápida e inmediata.
Pero cuando me puse de pie y volteé, ahí estaba, Mr. Wilson, parado frente a mí mirándome con fijeza.
-- Ah...ah...ah... – sólo salió de mi boca.
Ahora estaba temblando de forma descontrolada y temía que me diese un ataque.
--¿Y? ¿Que averiguó? – preguntó con su suave voz.
En aquel momento estuve a punto de salir corriendo, en cambio dije:
-- Na...na...nada señor...su...su esposa no lo engaña señor Wilson, pude comprobarlo...pude comprobarlo...no dude de ella mister...
-- ¿Está usted seguro? ¿No lo parece?
-- Mu...mu..muy seguro.
-- ¿Recogió su paga?
-- Sí, pero...¿le caería mal a usted que le llevase el resto a ella?...además del reloj de bolsillo...digo, a ella le vendría bien el dinero.
-- No, pienso que no, no me molestaría. Estoy algo confundido Joyce, tal vez muy confundido y hay cosas que aún no comprendo, y que me suceden a diario, ¿usted sabe algo de ello?
-- No, mister, no lo sé. Pero no se preocupe...todo se resolverá pronto.
Me encontraba obnubilado, no sabía lo que ahora estaba diciendo y yo le respondía de forma ambigua.
-- ¿Usted cree?
-- Sí, todo estará bien.
-- En fin, si usted lo dice, ¿pero está bien seguro que mi esposa no me engaña?...¿no?...
-- En lo absoluto...en lo absoluto Wilson.
Estaba traspirando profusamente y tomé el pañuelo de mi bolsillo trasero del pantalón para luego secarme la cara con manos temblorosas e inseguras.
Cuando volví la vista hacia el frente el fantasma de Wilson había desaparecido, entonces, aprovechando aquel momento, salí corriendo a la máxima velocidad que daban mis piernas, abandonando aquella casa, y esperaba que fuese para siempre.
Al siguiente día entregué dinero y reloj a Elizabeth, quien lo agradeció, e hizo que le contase todos los detalles desde el principio. Más tarde, le acompañé hasta el cementerio donde visitamos la tumba de su esposo, por supuesto vacía. Sus restos jamás fueron recuperados.
En un momento dado, y mientras contemplaba aquel amplio parque con miles de sepulturas, como a cincuenta metros de distancia divisé la inconfundible silueta de Wilson.
Estaba parado observándonos, estático, con el maletín en su mano. Aunque se me erizó hasta el último pelillo de mi cuerpo, evité alertar a Elizabeth; que junto a mí, y con su vista fija en la lápida, vaya a saber en que pensaba.
En un momento dado y luego de permanecer mirándonos por unos minutos, Mr. Wilson alzó una mano saludándome, un instante después dio media vuelta para desaparecer entre las tumbas con paso lento.
Nunca más volvía a verlo. Pienso, o mejor dicho creo, que ahora descansa en paz.
Corto tiempo después, cerré la oficina de detective privado para siempre.
FIN