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CARL STANLEY
escritor
KRAM (CAPITULO 1)
Año 2398.
La colosal nave de carga y exploración Géminis V se desplazaba en total silencio a traves del oscuro, frío, e infinito océano de estrellas. Desde el exterior sólo se divisaban unas pocas luces blancas y brillantes emergiendo a través de las ventanillas del casco.
Un gigantesco viajero espacial, producto de una avanzada tecnología descubierta por los terrícolas en el año 2047. Luego de centurias de efímeros acercamientos, a partir de aquel año los lazos se habían estrechado entre una ignota cultura alienígena y los habitantes de la tierra.
Provenían de un planeta que orbitaba una estrella próxima al sistema solar y pertenecían a una civilización muchos milenios más antigua....y de la cual descendía ésta última.
Se trataba de seres humanos, y de alguna manera, resultaban ser sus progenitores. Según se supo poco tiempo después del primer contacto y para mayor asombro de los hombres, la vida en la tierra había sido “sembrada”, como también en algunos planetas más.
Los alienígenas aportaron una tecnología sin precedentes en la historia de la humanidad; fue utilizada en los viajes espaciales y en casi todos los campos de la ciencia. Muchas leyes de la física conocidas hasta ese momento, debieron ser cambiadas.
Ellos se habían mantenido durante milenios en una observación pasiva de la evolución del ser humano; esperaron y esperaron, hasta que el hombre terminó con sus guerras.
Los habitantes del planeta Tierra, transcurridas muchas centurias de constantes cambios evolutivos; integraron una Federación Mundial, con un solo gobierno central e integrado por un concejo de hombres notables provenientes de diversas regiones.
El idioma universal había pasado a ser el inglés. Una decisión práctica y unánime, pues de todas maneras, éste ya era utilizado hacía largo tiempo.
Se habían erradicado el hambre y la pobreza; las fronteras habían desaparecido para siempre, y de los países, sólo quedaba un vago recuerdo en los libros de historia. La tecnología espacial alcanzada permitió realizar largos viajes, los cuales en el pasado hubiesen sido impensables por demandar miles de años.
Como complemento, las avanzadas técnicas de animación suspendida aportadas por “Los Padres”, como se convino en llamar a los alienígenas, hacía posible hibernar a los humanos durante cientos de años. Nuevos y asombrosos conocimientos sobre los agujeros de gusano, túneles en el espacio tiempo y verdaderos atajos para alcanzar distancias inimaginables, permitieron a los astronautas viajar a zonas remotas del universo en tiempos cortos.
Las naves también podían desplazarse de manera más “convencional,” pero a increíbles velocidades cercanas a la de la luz.
Sin embargo el interés del ser humano por los viajes espaciales había decrecido con el correr del tiempo; preocupándose en mayor grado por el bienestar de si mismo y del planeta Tierra.
El interior de la gran cabina estaba casi en total oscuridad. Sobre los mamparos laterales, se dejaban ver complejos paneles de instrumentos, donde brillaban y parpadeaban multitud de pequeños destellos de colores diversos. El silencio era absoluto.
De pronto, comenzaron a encenderse blancas luces fluorescentes en el techo, y en sólo segundos todo quedó iluminado. Las computadoras mostraron más actividad, y una gran cantidad de gráficos coloridos y diversos, ocuparon de improviso las antes negras pantallas.
A un lado, depositados sobre el piso, reposaban los cofres metálicos de tapas transparentes, utilizados para animación suspendida y albergaban a la tripulación, éstos dispuestos en hilera uno junto a otro.
Minutos más tarde, se dejó oír un leve siseo, similar al de un gas bajo presión liberándose.
Provenía de uno de aquellos habitáculos, cuya tapa comenzó a elevarse lenta para luego pivotar sobre uno de los extremos y detenerse en posición casi vertical.
Nada más ocurrió.
El silencio se adueñó de la cabina de hibernación por un lapso de media hora.
Luego, una temblorosa mano apareció de pronto, aferrándose insegura al lateral del abierto cofre. Muy lento, emergió el desnudo torso de una mujer de cabellos rubios. Sentada en aquel sarcófago con tapa de cristal, intentó levantar sus párpados con dificultad.
Pero el fuerte impacto causado por la iluminación la obligó a cerrarlos otra vez. Comenzó a rotar de un lado a otro su cabeza y abrió sus verdes ojos, esta vez, entrecerrándolos para evitar el encandilamiento. Echó una mirada en derredor y un instante después, insegura, tambaleante, se puso de pié.
“El retorno”, como solía llamarse al despertar luego de una prolongada animación suspendida; resultaba ser un hecho desagradable para los humanos, los cuales permanecían con sus funciones vitales reducidas a sólo una ínfima actividad. Era normal que a los tripulantes les tomase algunas horas adaptarse al cambio y volver a “funcionar”.
Su nombre, Diana Singer, veintinueve años y capitán de aquella nave. En las restantes cámaras, aún permanecían los miembros de la tripulación sumidos en profundo letargo.
La computadora central, “Madre”, con su gigantesca inteligencia artificial; se había programado para despertar de su sueño de a uno en uno y cada tres meses, a los cuatro oficiales miembros permanentes de la flota Aeroespacial. Su actividad se extendía durante cinco días de veinticuatro horas terrestres, con el fin de realizar controles de rutina o ante una emergencia durante el tiempo que la nave permaneciese en vuelo.
John Taylor, teniente y primer oficial, segundo en el mando y de la misma edad que Diana. El teniente segundo Peter Mosevic de veintisiete años, y el sargento James Collins de treinta y cinco; siendo este último, experimentado técnico y soldado.
Los cinco tripulantes civiles eran, dos ingenieros aeroespaciales, Martha Pelham de veintiocho y Oscar Williams de treinta y dos.
Dos investigadores científicos, Robert Hokama de cuarenta, el integrante de mayor edad en la expedición, y Sandra Travesich de treinta y tres. El miembro restante, Yabú Rodama; de treinta y cinco años, originario de Africa, con el cargo de oficial médico y único hombre de color.
La misión había sido planificada con una duración aproximada de tres años. La más prolongada y ambiciosa hasta ese momento, por supuesto desde el comienzo de los viajes espaciales de largo rango.
El silencio fue interrumpido por una suave y melíflua voz femenina:
-- Hola Diana. Espero te sientas bien y hayas recuperado todas tus funciones vitales al ciento por ciento.
Diana aún se desplazaba con cierta dificultad hacia las gavetas de almacenamiento en el fondo de la cabina de hibernación y tardó unos segundos en responderle.
-- Hola Madre... ¿Ya...ya transcurrieron doce meses?....
Su voz sonó un tanto ronca.
-- Negativo. Han transcurrido once meses, tres días, cinco horas, doce minutos y treinta segundos, desde el inicio de tu último período de hibernación.
-- ¿Cuál es... la novedad entonces?
Diana se enfundó en su traje de vuelo, extraído del interior de su gaveta personal. Le demandaba cierto esfuerzo lograr acomodar las ideas dentro de su cerebro, y además, no controlaba por completo sus movimientos corporales.
-- He recibido una señal codificada emitida por un faro de luz, y por esa razón te he despertado, obedeciendo la directiva número 107 de la flota estelar. Distancia a la fuente emisora: tres por diez a la nueve kilómetros, igual a tres mil millones de kilómetros y acercándonos. Velocidad actual de Géminis: doscientos mil kilómetros por segundo. Tiempo estimado para la distancia mínima de aproximación, cuatro punto uno, horas.
-- ¿A que distancia de nuestra trayectoria se encuentra la fuente de esa señal? – preguntó Diana,
Sobre sus hombros, dos pequeñas estrellas doradas mostraban su rango de capitán.
-- Pasaremos a una distancia mínima igual a treinta y siete mil kilómetros.
-- Hummm... corrige la trayectoria actual a otra de intercepción. – ordenó Diana.
Luego de unos segundos de silencio, la voz de Madre se escuchó nuevamente :
-- Trayectoria corregida.
-- Debe tratarse de una nave. – dijo Diana.
-- A ésta distancia no puedo establecer con precisión el tamaño del objeto emisor de la señal. Envergadura menor a sesenta metros, mayor a cincuenta metros. Velocidad cero. – respondió Madre.
-- Es muy pequeño… ¿una sonda tal vez? – dijo Diana en voz alta y frunciendo el ceño.
Llegó hasta una de las puertas del compartimiento de hibernación y ésta se abrió a su paso emitiendo un leve zumbido. Al trasponerla, ingresó en otra cabina de la nave, ésta lucía paneles iluminados en los mamparos laterales.
Abordó uno de los ascensores de la Géminis V.
-- Sala de comando. – ordenó.
Ya en la cabina, Diana echó una mirada sobre la consola pricipal; observó los datos arrojados por las computadoras auxiliares y procedió a pulsar los mandos digitales.
De inmediato, sobre la pantalla central surgieron esquemas y trayectorias, representadas éstas últimas por trazos de luminosos colores.
-- No comprendo la señal recibida. Interprétala Madre.
El silencio se prolongó durante un par de largos minutos, para luego escuchar la voz de Madre decir:
-- Señal de auxilio codificada de origen terrestre, en desuso. Según los datos históricos en mi banco de memoria, se dejó de utilizar en el año 2110.
-- ¡Uff! ¡¿Casi trescientos años?! — exclamó sorprendida.
-- Con exactitud, doscientos ochenta y ocho años. – respondió Madre.
-- ¡¿Una nave terrestre de trescientos años de antigüedad en este cuadrante?! ¡Bah…debe existir algún error de lectura!... ¡Busca más información! – ordenó Diana.
-- No hay datos inmediatos. – dijo Madre al cabo de unos segundos.
-- ¡Pues búscalos! – ordenó Diana, esta vez algo contrariada. Su intriga ante la extraña señal recibida resultaba evidente.
-- ¿Terrestre y de una antigüedad de casi trescientos años? Poco probable.....casi imposible, debe ser algún error. — pensó.
Sí, ella tenía conocimiento sobre viajes espaciales tripulados hacia finales de la década de 1960. Continuaron éstos con viajes a la Luna y a Marte, pero cambiando de manera radical cuando los humanos establecieron contacto con los “Padres” en el año 2047.
Recordó también, los inicios del avance tecnológico para los viajes “largos” y con naves de envergadura, los cuales habían iniciado recién al terminar el siglo veintiuno.
Ya conocía la historia, la había estudiado en su época escolar y mucho más tarde en la academia de pilotos de la Federación, por esa misma razón estaba al tanto de todos los antecedentes. No obstante, resultaba ilógico el hecho que algo de origen terrestre, se encontrase en aquella zona del espacio; casi a mitad de camino en la trayectoria desde la Tierra hacia el planeta Neón 4, el último planeta del pequeño sistema de la estrella Vega 7.
La misión actual era de exploración en su aspecto fundamental, y para decirlo con mayor exactitud, de “Investigación y recolección de datos”.
Más tarde, Diana se retiró de la sala de comando no sin antes decir:
-- Madre... no me perturbes por un buen rato.
-- Entendido. – respondió la computadora.
Debía comer algo, pues ahora su estómago estaba revuelto y había comenzado a sentirse un poco mareada. Por el momento, el mantenimiento de sus necesidades fisiológicas tenían prioridad.
Un poco más tarde, ya en el comedor de la tripulación, tomó asiento en una de sus mesas. Se trataba de una cabina con capacidad para alrededor de cuarenta o cincuenta personas; pues la nave había sido concebida como carguero y para una tripulación mucho mayor. Sin embargo ahora, por razones estratégicas de costo y dado el carácter de la misión, había partido con un número reducido de integrantes. Además, según pensaban sus actuales tripulantes, con tecnología obsoleta e inadecuada.
Con alimentos extraídos de envases herméticos sació su voraz apetito. Todo aquellos insumos viajaban dentro de la gran despensa de la nave, sometidos a una técnica especial de preservación.
Un par de emparedados de pan integral, carne de res y vegetales, junto con un jugo de naranjas, la dejaron satisfecha.
Minutos más tarde, Madre informó:
-- Resultados del informe requerido por el capitán Diana Singer. No hay datos en los achivos justificando la existencia de nave o naves terrícolas en ese cuadrante espacial.
-- Está bien... olvídalo. – hizo un ademán desdeñoso.
Por fin se incorporó y estiró los brazos; sabía que debía dirigirse a la sala de comando de la nave.
Diana se sintió tranquila con respecto al funcionamiento general de la nave, pues palpitaba de antemano que hasta ese momento todo marchaba bien a bordo; de lo contrario, Madre se lo hubiera informado de inmediato. Sin embargo, aún quedaba pendiente realizar las tareas de control rutinarias.
Un poco más tarde, ubicada en su puesto de mando sobre una de sus cómodas y funcionales butacas ubicadas frente a la pantalla de mando de la Géminis V, comenzó con su trabajo.
Debía regirse por un extenso protocolo conteniendo más de doscientos ítem. Una tarea tediosa.
Desde muy pequeña, su sueño había sido ser astronauta, y ahora lo era.
Entonces, por un instante, su mente trajo la vívida imagen de su padre. Recordaba con claridad la expresión de su rostro cuando siendo ella todavía una jovencita, le había comunicado con emoción su ingreso en la academia de la flota espacial.
El nunca había consentido que su única hija siguiese esa carrera. Valedera razón, pues se trataba de una ocupación riesgosa. Sus temores como padre estaban justificados de sobra, pues por aquellos tiempos, varias de las naves de la flota se habían perdido junto con su tripulación, y el sólo pensar en ello lo aterraba.
Su madre, en cambio; si bien sufría sus mismos temores, sabía disimularlo muy bien.
Diana resultó ser un comandante de actitud madura, eficiente y respetada, una de las más jóvenes de la flota. Sus altas calificaciones y dotes para ejercer el mando la colocaban entre los mejores capitanes.
En esta ocasión, la misión era voluntaria.
Por lo general, los viajes al espacio se programaban de mucho menor duración; pues nadie deseaba regresar a la Tierra y comprobar que habían pasado muchos años más de los que habían transcurrido en la nave viajera. Realidad demasiado conflictiva para sus integrantes, y por ende, procuraban que las misiones no se extendiesen demasiado.
En esta oportunidad y dado el tiempo que demandaría la misión, los altos directivos de la flota determinaron la incorporación de sus miembros por decisión propia. Además, si fracasaban por alguna razón o el viaje terminaba en tragedia por alguna falla técnica; sus tripulantes habían escogido asumir el riesgo y los directores de la Flota deslindarían responsabilidades.
Su objetivo, visitar con el fin de explorar y recolectar datos un planeta de características muy similares a las de la Tierra, pues se tenía conocimiento que sobre él, los alienígenas habían sembrado la vida humana.
En sí, la misión constituía un verdadero desafío.
Encontrarse con seres humanos idénticos a ellos, tal vez en otros grados de evolución, representaba una aventura apasionante.
Diana se hallaba concentrada en su tarea, cuando la voz de Madre se escuchó:
-- Diana. Una hora y treinta minutos para contacto con la fuente emisora de señal.
Hizo una pausa y permaneció pensativa por unos instantes.
Por fin lo decidió:
-- Despierta al resto de la tripulación.
Madre contestó un par de segundos más tarde:
-- En proceso.
Si se trataba de un hallazgo importante, necesitaría la colaboración de los demás. Y esta vez, tenía el presentimiento que se toparían con algo relevante.
No podía explicarlo en forma lógica, pero lo sentía de esa manera.
En silencio continuó con su tarea.
Más tarde, la voz de “Madre” informó:
-- Tiempo de contacto estimado: treinta minutos. Objeto metálico de tamaño regular, de dimensiones aproximadas con error de más menos un centímetro: cincuenta y siete metros de longitud, quince metros de ancho, doce metros con cincuenta centímetos de altura. Velocidad cero. No se detectan fuentes emisoras de luz externas o internas. Confirmada señal de auxilio terrestre. Fin del informe.
Diana prestó atención a los datos suministrados por la computadora y luego preguntó:
-- ¿Ubicación de la tripulación?
-- Se encuentran todos en el comedor de la nave. Deshibernación exitosa y sin novedad. Estado de salud óptimo en los ocho individuos.
Unos instantes más tarde, Diana dejó su puesto para dirigirse al comedor. Cuando llegó, la puerta se abrió y encontró a todos alrededor de una mesa, comiendo, bebiendo, y charlando animados.
Cuando se abrió la compuerta y Diana se acercó al grupo; todos hicieron silencio y las miradas convergieron sobre ella.
Los observó a uno por uno y luego esbozando una leve sonrisa dijo:
-- No sé si decirles buenos días o buenas noches, en este medio, no existen ni lo uno, ni lo otro.
Habrán caído en la cuenta que los he sacado de su estado de hibernación antes de lo programado... – hizo una breve pausa para continuar diciendo -- bueno... pasaré a explicarles. Madre recibió una extraña señal terrícola de auxilio, ésta proviene de una fuente desconocida, hace casi cuatro horas.
En un principio, sospeché de un error, pero en base a los datos obtenidos, es indudable que se trata de una nave terrícola.
En ese momento y luego de escuchar tal afirmación, los miembros de la tripulación comenzaron a lanzar preguntas y hablar al unísono.
-- ¡Un momento, un momento!... — alzó su voz para acallarlos y poder continuar --... hagan silencio por favor; de esa manera podré terminar de explicarles, entonces preguntarán uno por uno lo que deseen.
Luego, Diana pudo continuar:
-- Tengo los mismos interrogantes que ustedes, pues la señal es muy antigua, casi trescientos años. Desconozco que hace, o hacía una nave terrícola en esta parte del cosmos, no obstante, Madre lo confirmó….proviene de la Tierra.
Por si les queda alguna duda, la señal está codificada y ha sido verificada dos veces, lo cual no deja margen de duda sobre su autenticidad.
Sus dimensiones son muy reducidas, lo cual indica que no puede ser una astronave de largo alcance; entonces y por su tamaño, es de emergencia o de corto rango, pues se ajusta a los parámetros de las naves de éste tipo.
De pronto, hizo una pausa para observar el reloj sujeto a su muñeca. Todos permanecían en absoluto silencio, atentos a las palabras de Diana.
Agregó:
-- Estamos a sólo diez minutos de hacer contacto. Por lo tanto, sugiero procedamos a ocupar nuestros puestos para efectuar la tarea de inspección y reconocimiento ¿Alguna pregunta?....
Se miraron entre sí, no obstante ahora no había algo para preguntar, Diana lo había dicho todo.
Unos instantes más y se retiraron cada uno a su puesto.
John Taylor y Diana, ocupaban las dos butacas principales de la cabina de mando, hallándose éstas últimas situadas sobre la tarima central, con su respectivo panel frente a ellos.
-- Creo que....si es lo que pienso, tal vez descubramos algo interesante. – dijo John mientras efectuaba algunas operaciones y observaba la pantalla.
En ella, había aparecido la imagen del objeto a través del scanner espacial.
-- ¿Sí? ¿Y que es lo que piensas? – preguntó Diana frunciendo el ceño.
-- Estoy de acuerdo con tu teoría, es una nave de emergencia y con seguridad procede de otra con mayor envergadura. – dijo John.
-- Sí, es muy posible. ¿Pero de cual nave estamos hablando en esta parte del universo?....¿terrestre?
John meneó la cabeza y comenzó por decir:
-- Hace muchos años, cuando nuestra civilización cambió su tecnología debido al contacto con los “Padres”, se realizaron varios viajes en expediciones de exploración y colonización.
-- ¡No es posible que sea una de esas naves! Madre la hubiese identificado de inmediato; sin embargo lo que ella dice es: “No hay datos”. — interrumpió Diana, imitando en éstas tres últimas palabras la voz del computador.
-- Mira Diana, sé con certeza que los datos de la mayoría de esas expediciones se archivaron o se perdieron. Sin querer o... tal vez a propósito. – dijo John.
-- ¿Qué estás diciendo John? — preguntó con asombro.
El la miró con cierto aire de suficiencia y bajando un poco el tono de su voz respondió:
-- Diana, debes ser realista. Muchas de aquellas naves jamás regresaron, se extraviaron con tripulación y todo, nunca se supo más. En aquella época, con las nuevas tecnologías aportadas por los alienígenas, los humanos se lanzaron a tontas y a locas al espacio, entusiasmados por realizar viajes que antaño resultaban impensados.
-- ¿Y?... – preguntó Diana, con un gesto de incredulidad no sin un dejo de burla.
Le costaba aceptar lo vertido por John. Dentro de la sociedad en que vivían, en la cual imperaba un orden muy preciso y toda la información se archivaba con minuciosidad, pues hasta lo más ínfimo se calculaba con extrema precisión, no había cabida para los errores.
-- Hoy en día... – prosiguió John.-- ... con la tecnología actual, sólo uno de cada cien viajes sufre algún contratiempo. Pero....está bien, tengamos en cuenta que son bastante cortos en duración y la mayoría con destino a planetas cercanos; ya que se ha perdido la euforia por viajar al espacio de los primeros años y el ser humano se ha dedicado a mejorar su vida en la Tierra.
Sin embargo, en aquella época no era así. Por razones obvias, los fracasos se ocultaban y con el correr del tiempo la información se desechaba; sólo el resultado de las misiones exitosas se volcaban a los archivos. Pura política.
¿Quién desearía embarcarse en una misión, sabiendo sobre el riesgo de morir en el espacio? La Academia de Astronautas hubiese contado con pocos candidatos en sus filas y los proyectos de exploración y minería espacial se hubiesen atrasado décadas.
¿El motivo? Falta de experiencia, y por ende, de seguridad, en una tecnología demasiado nueva.
Mi familia ha mantenido la tradición de trasmitirse de generación en generación hechos históricos trascendentes, además de otras historias. Mi abuelo, solía hacer referencia a viajes interplanetarios iniciados por el hombre hace más de doscientos años.
Historias que a su vez le fueron contadas por sus mayores. Proyectos fracasados, naves que partieron y jamás se volvió a saber de ellas y de sus tripulantes.
Todo quedó sepultado por el tiempo. – John hizo una pausa.
Su relato había resultado vehemente y ahora observaba fijo a Diana, quien había cambiado su expresión.
Era evidente que lo expuesto por su segundo al mando tenía cierta lógica.
Diana era una joven hermosa mujer; con su metro con setenta y dos de estatura y curvilíneo cuerpo. John estaba enamorado de ella; solo que la conocía desde hacía varios años y se había entablado entre ambos una relación de camaradería propia de colegas.
Ahora; declararle su amor, se había vuelto difícil para él.
Sin embargo Diana no se sentía atraída por John, pues si bien era un hombre joven muy apuesto, no era su tipo.
-- Sé, que te resistes a creer lo que acabo de mencionar. — continuó John. -- .....¡Es más! Tal vez lo desdeñas porque soy yo quien te lo dice, tu subalterno.
Puedes llegar a pensar que estoy resentido con el sistema y con el almirantazgo de la flota, sólo por el simple hecho de que tú eres el capitán y no yo... a pesar que iniciamos la carrera juntos.
Diana suavizó un poco su expresión y comenzó a decir interrumpiéndolo:
-- No. John... sé que a veces parezco engreída, demasiado autosuficiente, pero.... — ella empezó a dar explicaciones, sin embargo no logró encontrar palabras adecuadas.
Lo vertido por John la había tomado por sorpresa.
El la interrumpió otra vez:
-- Aguarda Diana, déjame terminar de decirte.... no te envidio como tú puedes llegar a creer, si estás al mando y con mayor rango, es porque eres más capaz, debo admitirlo. Además, deseo quede bien claro, eres mi superior y te respeto .
Diana sonrió. Sintió una profunda emoción y alivio; en el fondo sabía que lo vertido por John en parte era cierto.
El era un hombre joven y atractivo, de rubio y corto cabello, y ojos azules de mirada firme.
Siempre destacaba en las competencias de la Academia Espacial y esto lo había conducido a obtener varios galardones.
-- Coordenadas del objeto fijadas. Tiempo para contacto visual cuatro minutos.
La voz de Madre se escuchó de improviso.
-- Inicia desaceleración y posterior detención a quinientos metros del objetivo. – ordenó Diana.
-- Iniciada. – respondió Madre.
-- Informa algunos datos adicionales. – solicitó John.
-- Identificación del objetivo: Nave de emergencia y rescate. Tipo X – 28. En desuso desde el año 2136. Velocidad actual igual a cero. No hay señales de actividad externa o interna detectable. Según especificaciones en mi archivo de datos, posee capacidad para tres tripulantes. Impulsor Beta de Tritium 4. Sostén de vida autónomo. Cámaras de hibernación del tipo H 232 con una....
-- Suficiente, es suficiente Madre. – interrumpió John.
En ese momento, la puerta principal de la sala de mando se abrió e ingresaron Peter Mosevic y el sargento James Collins.
-- ¿Llegamos a tiempo? – preguntó Peter.
-- Afirmativo, unos tres minutos previos al contacto visual. – respondió John.
-- Cuando la velocidad sea la correcta, abre los mamparos frontales, Madre. – dijo Diana.
-- Comprendido.
El puente de mando de aquella monumental nave, se elevaba sobre la parte superior de la superestructura.
A velocidades grandes, los mamparos de protección del mismo se hallaban cerrados; a velocidades menores, se podían abrir y permitían a la tripulación ver a través de las ventanas frontales de Claridium. Este último, un material transparente y similar al antiguo cristal, pero de una resistencia miles de veces superior.
La puerta se volvió a abrir con un silbido y aparecieron otros tres miembros de la tripulación, los científicos Sandra y Robert, acompañados por el médico Yabú.
Todos acudieron a presenciar el extraordinario encuentro.
-- Velocidad adecuada. Abriendo mamparos frontales. – informó Madre, y las placas protectoras comenzaron a deslizarse hacia abajo para luego desaparecer en el interior del casco.
El espectáculo ante sus ojos resultó formidable.
Millones de luminosos puntos brillaban en el gélido y oscuro espacio exterior. Aquella visión, aunque bien conocida por ellos, nunca perdía su especial encanto.
En tanto, la nave decreció su velocidad y hasta que por fin, un pequeño objeto apareció en la distancia.
-- Distancia de contacto visual humano. – dijo Madre.
La silueta, comenzó a agrandarse ante los expectantes ojos de la tripulación de la Géminis V.
Unos minutos más tarde, el coloso espacial perdió la velocidad casi por completo y de forma imperceptible.
-- Iniciando secuencia de aproximación lenta. Seiscientos cincuenta metros.........seiscientos metros............quinientos metros... ...detención total. Quinientos metros al objeto. – dijo la voz de Madre.
-- Acércate a cien metros. – ordenó Diana.
El silencio en el puente de mando era total.
-- Comprendido.............cuatrocientoscincuenta......... trescientos cincuenta...................doscientos cincuenta..........doscientos..........cien metros al objeto. Detención total.
Asombrados, contemplaron la pequeña y extraña nave interestelar. Flotaba inerte en el espacio.
Se trataba a todas vistas de un modelo muy antiguo, pues sus líneas constructivas no correspondían en lo absoluto a las naves conocidas.
Color gris opaco, su estructura presentaba cientos de abolladuras de diverso tamaño producidas por el impacto de pequeños meteoritos.
En su lateral se podía leer, escrito en letras negras, “GENESIS” y en caracteres más pequeños “RE – 1”.
-- ¿Y este bicho de donde salió? – lanzó el sargento Collins.
-- De nuestro querido planeta Tierra. – respondió el teniente segundo Peter Mosevic, sin apartar su vista de las ventanas frontales.
-- Sin duda es un modelo muy viejo... pero llama la atención su reducido tamaño. Demasiado pequeño para estar flotando en el espacio y tan lejos de la Tierra. – agregó Sandra.
-- Se trata de una nave secundaria, de emergencia o de exploración. Es probable que viajase a bordo de otra de mucho mayor envergadura.
Nosotros también llevamos dos a bordo, dentro de una de las bodegas de carga. – agregó el científico Robert Hokama.
-- ¿Qué opinas Diana? – la voz de la oficial ingeniera Martha Pelham se escuchó en el intercomunicador.
-- Dímelo tú Martha, tienes más conocimientos sobre naves que yo. – respondió Diana.
Martha y Oscar contemplaban el encuentro desde una de las escotillas transparentes de la cabina de ingeniería, situada ésta, sobre la cubierta dos, un nivel por debajo del puente y en la parte frontal de la Géminis V.
Sin duda alguna, aquel puesto de observación resultaba más ventajoso dada su cercanía a la pequeña nave, pues la Géminis V, con sus seiscientos metros de eslora, situaba su puente de mando a doscientos de la proa.
-- No se percibe algún tipo de actividad en la nave objetivo. – dijo la voz de Madre.
-- ¡Revisa tu banco de datos, busca el nombre “GENESIS”...y hazlo con celeridad!. — ordenó Diana; aún no concebía la ausencia de datos al respecto.
Un minuto más tarde:
-- Información encontrada: Expedición Génesis. Exploración y colonización del planeta Neón 4. Año 2098. Fin de la información.
-- ¡Diablos!..... – dijo Diana, mirando de repente a John.
Se encontró con la sonrisa de John, en sus ojos se leía con claridad : “¿Ves? ¡Te lo dije!”
-- Estabas en lo cierto John, debo admitirlo. – dijo Diana, volviendo su vista hacia la extraña nave.
-- ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Peter.
-- Aunque la información es ínfima, al parecer no somos los primeros en una expedición hacia Neón 4. Planificaremos de inmediato nuestras acciones a seguir en la sala de reuniones de la cubierta tres. – contestó Diana.
Rozó con su dedo un sensor sobre el tablero habilitando así la comunicación con las demás estaciones.
Luego dijo:
-- Martha y Oscar. Reunión en la sala de cubierta tres, en cinco minutos.
Se puso de pié, para luego junto al resto abandonar el puente.
-- Madre, infórmame sobre cualquier cambio. – ordenó antes de salir.
-- Entendido, Diana..
Unos minutos más tarde, la tripulación se hallaba reunida en torno a una larga y oblonga mesa.
La sala de reuniones lucía amplia, bien iluminada, sitio destinado a los oficiales de mayor rango.
Diana tomó la palabra:
-- Podemos investigar el hallazgo o no, en realidad no compete a nuestra misión. Sabemos a ciencia cierta que proviene de nuestro planeta, no obstante la incógnita es, ¿cómo llegó hasta aquí?
No cabe duda, por los datos aportados por Madre, se trata de una antigua misión de exploración iniciada en el año 2098, o sea nada más y nada menos que hace trescientos años, con el mismo destino que el nuestro.
Con toda seguridad se han ocultado... pienso en forma deliberada y durante trescientos años, todos los datos al respecto. No disponemos de alguna otra información adicional. Razones, las desconozco.
Diana concuyó e hizo un silencio, esperaba sugerencias de parte de los restantes miembros de la tripulación.
-- Existen dos posibilidades, si nos decidimos a investigar... – comenzó por decir el segundo teniente Peter Mosevic – ... uno, la exploramos en el mismo lugar donde se encuentra, o dos, la traemos a bordo y depositamos en una de nuestras bodegas de carga.
Luego la investigamos allí dentro.
-- Yo opino que primero exploremos; traerla a bordo puede conllevar ciertos riesgos de contaminación tal vez desconocidos. Antes deberíamos realizar cientos de análisis que resultarán largos y tediosos, no disponemos de tiempo. – opinó Robert.
El resto se limitó a mirarse unos a otros, luego asintieron.
Peter agregó:
-- Yo iré a bordo de la nave misteriosa junto al sargento Collins, si él decide acompañarme....
Collins sonriendo respondió:
-- No me lo perdería por nada del mundo, puede contar conmigo teniente.
-- Yo también iré con ustedes, por supuesto si Diana lo autoriza. – agregó Robert.
-- De acuerdo, pongamos mano a la obra. – dijo Diana abandonando su asiento.
Al cabo de una hora, dentro de una cámara intermedia, donde en unos segundos más se produciría el vacío, los tres hombres enfundados en sus trajes de exterior, estaban dispuestos a inspeccionar la nave.
Peter Mosevic, provenía del Este de la Tierra, donde cientos de años atrás existía la nación rusa. Un joven de cabello corto, castaño, de casi un metro noventa de estatura y complexión musculosa.
El sargento James Collins, un hombre de pocas palabras, a diferencia de Peter no era un tipo esbelto, sin embargo su cuerpo parecía el de un levantador de pesas.
Robert Hokama, oriundo de la isla que antaño supo llamarse Japón, poseía rasgos orientales y su piel tenía un ligero tono trigueño.
Por fin, luego de una breve pero tensa espera, la escotilla se abrió emitiendo un siseo.
Avanzaron lento por el corredor hasta alcanzarla, luego se detuvieron para enganchar las delgadas cuerdas de seguridad sobre anillas que sobresalían a tal efecto.
Un instante más tarde, emergieron uno a uno para impulsarse en dirección a la extraña nave, comandando su vuelo mediante la propulsión autónoma de emisión de partículas fijada en sus trajes.
A mitad de camino, habló a través de su intercomunicador el teniente Peter, quien iba a la cabeza:
-- ¿Todo bien? – preguntó a los demás.
Robert avanzaba detrás de él, y cerrando la formación, el sargento James.
Este último arrastraba tras de sí la mochila con equipo tecnológico y demás herramientas.
-- Hokama bien.
-- Collins bien.
Al cabo de varios minutos interminables, habían atravesado el espacio que los separaba de la Génesis RE – 1.
-- Desplácense unos diez metros hacia la popa de la nave, allí de seguro encontrarán la escotilla de emergencia.
La voz pertenecía al oficial ingeniero Oscar Williams, experto en estos casos, quien monitoreaba las acciones desde su puesto en la sala de ingeniería a bordo de la Géminis V.
Una vez ubicados en el sitio donde indicara con anterioridad Oscar, éste volvió a hablar:
-- Entrarán por ahí muchachos. La entrada principal de la nave es mucho más complicada de abrir desde el exterior. Peter, conéctame a la mini cámara de tu casco pues no recibo imagen en la pantalla.
Peter pulsó con su dedo la botonera sobre la muñeca izquierda del traje donde se hallaban los controles funcionales. Luego, la imagen que apareció frente a Oscar, era la visión que tenía Peter frente a él, pudiendo además magnificarla a voluntad.
Oscar Williams, apodado “El rojo”, por su color de cabello, era un joven y brillante ingeniero de penetrantes ojos verdes, alto y delgado.
Junto a su colega Martha, la cual ahora se hallaba en una butaca a su lado, mantenían una relación de pareja hacía un par de años. Ambos observaban con atención las acciones de los tres cosmonautas trabajando en el exterior.
Martha era una excelente ingeniera, joven y de baja de estatura, cabellos cortos, ojos color almendra claro, rostro pecoso y respingada nariz.
Estaba enamorada de Oscar y lo seguía donde éste fuera. Debido a ello, había tomado la decisión de acompañarlo cuando él anunció su ofrecimiento en calidad de voluntario para aquella misión.
Oscar dijo de pronto:
-- Peter, necesito una vista de la escotilla.
Peter comenzó a recorrer con su mirada la cerrada compuerta en busca del control externo.
-- ¡Allí está, esa es la caja de acceso a los controles de apertura! – dijo Oscar.
-- Sí, la veo. Comenzaré por retirar la cubierta. – dijo Peter.
Valiéndose de una llave especial, la introdujo en unos pequeños huecos sobre las esquinas de la cuadrada tapa de unos treinta centímetros de lado . Luego, ésta se liberó de su parte superior y Peter logró rebatirla hacia abajo.
Encendió la iluminación frontal de su casco y quedaron expuestas las placas con circuitos electrónicos e intrincados manojos de cables de colores.
-- Déjame ver...hummm….¡Esto no existe ni en los libros técnicos más viejos! – exclamó Oscar, al observar su pantalla.
-- ¿Qué sucede Oscar? – preguntó John desde el puente de mando.
-- Sucede que el sistema es tan, pero tan antiguo.... no hallo información al respecto. A decir verdad…. no tengo la menor información o idea sobre la manera de abrir la escotilla.
-- No importa Oscar. Peter, córtala con el láser de potencia. – intervino Diana.
James Collins alcanzó a Peter el rifle láser.
Empuñando la herramienta, Peter apuntó al contorno de la escotilla y disparó el haz de luz color rojo en forma ininterrumpida.
Pero al cabo de un breve instante se detuvo.
-- ¡Ni mella! . — dijo asombrado.
-- La estructura, aunque antigua, es de compuesto Ridium 36. No desdeñes la tecnología constructiva de ésta nave, aunque para nosotros resulte obsoleta, estaba muy bien preparada para viajar por el cosmos. – acotó John.
-- Tienes razón, he subestimado a sus constructores.– dijo Diana, y agregó -- Peter, usa el disgregador molecular Alfa.
El sargento Collins, quien asistía a Peter en la tarea, proporcionó la nueva herramienta.
Se trataba de un aparato más pequeño que el anterior pero de apariencia mucho más compleja.
Peter lo empuñó con firmeza y advirtió a sus acompañantes:
-- Apártense.
Cuando el rayo, ésta vez color verde brillante, incidió sobre la estructura, comenzaron a fluír pequeñas gotas azuladas en forma de lluvia que se alejaban con lentitud hacia el espacio.
Peter comenzó trazando un largo corte sobre el cierre de la escotilla, y al cabo de un par de minutos, cuando consideró lista su tarea, se detuvo levantando el dedo índice del disparador.
James luego le entregó una barra de Ridium 38 con su punta aplanada, para que Peter hiciera palanca valiéndose de ella y dentro del corte efectuado.
Peter calzó la barra, pero intentar abrirla resultó en vano; carecía de la fuerza necesaria
Viendo el inútil intento del teniente; Robert se acercó y también tomó la barra con sus dos manos para sumar su fuerza a la de Peter. De pronto, buen esfuerzo mediante, la compuerta quedó parcialmente abierta.
El sargento Collins se unió para tomar la rebelde puerta y juntos por fin lograron que cediera.
Un instante después, quitaron los enganches de las cuerdas de seguridad de sus trajes para cerrarlos sobre una anilla del exterior de la RE - 1. De esta manera, las líneas quedarían tendidas entre ambas naves.
Un minuto más tarde ingresaron a un corredor estrecho, oscuro, de escasos cuatro metros de longitud, iluminando su camino mediante las linternas de sus cascos.
Al llegar al extremo, una nueva escotilla les impidió el paso.
-- ¡Diablos!...¿deberemos cortar también ésta?— se quejó Robert, pues la anterior les había demandado no poco esfuerzo.
-- No lo creo. Miren.... — señaló entonces Peter.
Sobre uno de los mamparos laterales del corredor, sobresalían dos pequeñas manijas curvas, paralelas a la pared de metal, cada una de ellas se hallaba indicando posición de cerrado, la posición opuesta indicaba abierto.
Las escrituras instructivas para su operación estaban escritas en inglés y otros tres idiomas.
-- Cada una corresponde a una escotilla. Una de ellas, con seguridad, acciona la que recién hemos forzado, y la otra debe corresponder a ésta.... y que también se halla en posición de “Cerrado”. – explicó Peter al tiempo que estiró su mano para girarla hacia la posición “Abierto”.
En ese preciso instante, Diana, quien observaba sus acciones a través de los monitores, se levantó de su butaca como impulsada por un resorte.
-- ¡¡¡¡¡¡¡Nooo!!!!!!! – gritó.
John, junto a ella, también intentó gritar una advertencia, pero sólo emitió un gutural sonido.
Fue demasiado tarde.
Succionado por el vacío exterior, el aire encerrado dentro de la nave produjo una tremenda corriente que se proyectó a través de la compuerta en forma violenta. Así, los astronautas fueron expelidos por el corredor como por el tubo de un cañón.
El sargento James Collins, luego de recorrer un par de metros en el espacio exterior consiguió asir y a duras penas, una de las cuerdas de seguridad enganchadas sobre la puerta.
Acertada acción, pues frenó su impulso evitando ser proyectado sin control.
A su vez, Robert Hokama; quien se desplazaba por detrás y en desesperado intento, alcanzó a tomarse por un segundo de una de las piernas de Collins cuando pasó a su lado; pudiendo de esa manera disminuir en parte su velocidad.
Pero sus manos enguantadas zafaron, quedando en un desplazamiento lento y dando volteretas.
Peter no corrió con la misma suerte.
Al salir al espacio expulsado a través de aquel corredor, su casco sufrió un fuerte impacto contra un lateral de la puerta de ingreso, y su traje se rasgó con un filoso borde producto del corte que él mismo había efectuado momentos antes.
La dureza del golpe quebró su cuello, y el traje, debido al corte sufrido, colapsó por el vacío. Ya muerto, comenzó a alejarse de la nave a bastante velocidad ante la mirada atónita e impotente de Diana y el resto de la tripulación.
Ya nada quedaba por hacer.
Los sensores de monitoreo de las funciones vitales del astronauta, indicaban que estaba fuera del alcance de toda ayuda posible.
La misión, a poco de comenzar, había cobrado una víctima.
El cuerpo inerte del astronauta comenzó a alejarse. Sabían que intentar recuperar su cadáver hubiese sido inútil, pues de hacerlo, demandaría una maniobra harto compleja de la Géminis, y sólo para más tarde enviarlo otra vez al espacio a manera de sepultura.
Estaba estipulado por las normas de la flota no ejecutar acciones innecesarias.
Además, otros dos hombres que estaban con vida, aún se encontraban en apuros. Debían resolver primero ese problema.
Junto con su veloz desplazamiento, Peter Mosevic rotaba con lentitud en una especie de macabra danza de muerte hacia su tumba en la eternidad del infinito.
Poco más tarde sólo fue un punto en el cosmos perdiéndose de vista.
Martha se abrazó a Oscar y comenzó a llorar sin consuelo. Diana permanecía tomándose la cabeza con ambas manos. Si bien habían sido muy bien entrenados para cualquier tipo de contingencia, los invadió una terrible desazón.
De pronto, escucharon los gritos desesperados de Sandra Travesich, la colega de Robert, quien a través del intercomunicador clamaba en forma angustiosa:
-- ¡Ayuden a Robert, por favor!
Todas las miradas se volvieron hacia las pantallas de los monitores, para comprobar que Robert, aún seguía dando volteretas, y aunque muy lento, continuaba alejándose.
-- ¡Robert!...¡Robert!... – lanzó John.
-- Te..te..escucho...John.
Se encontraba bastante mareado a causa de la rotación de su cuerpo y traumatizado por lo acontecido.
-- Presta mucha atención a lo que voy a decirte, no pierdas la calma, debes... — comenzó a decir John.
Su voz se detuvo de repente al observar al sargento Collins avanzar hacia él, comandando con suma habilidad los impulsores de partículas de su traje. En su mano asía las cuerdas de seguridad.
-- Ten cuidado James, si lo sujetas, te arrastrará en su giro. — advirtió Diana.
-- Sí, lo sé. Tengo planeada otra cosa. – respondió Collins.
En sus manos traía recogidas las cuerdas de seguridad tendidas entre ambas naves, y uno de cuyos extremos había desenganchado de la nave desconocida.
-- ¿Me escuchas Robert? – preguntó Collins.
-- Si..sssiii..... — respondió el científico a duras penas.
-- Arrojaré hacia ti una de estas cuerdas, intenta tomarla pero no con firmeza; deja que resbale entre tus manos y aumenta la presión sobre ellas en forma paulatina. Irás frenando de a poco el giro... ¿has comprendido?
-- Bien...te..entiendo.
Cuando estuvo a pocos metros, la arrojó.
La cuerda se desplazó con exasperante lentitud por el espacio, hasta que por fin, llegó hasta Robert. Pero su primer intento por sujetarla falló. Sólo al segundo logró asirla con suavidad y tal como Collins le había indicado.
Su rotación fue decreciendo, hasta que, aplicando más presión sobre ella, la línea unida a la Géminis V se tensó y logró detenerse por completo.
James se acercó hasta cogerlo por un brazo:
-- ¿Un poco mareado?
-- Creo..que por hoy...tengo suficientes vueltas...¿Peter... ..está?......
-- Muerto. Impactó contra el borde de la escotilla y se perdió en el espacio….ya no podemos hacer algo por él.
-- ¡Pobre Peter! – exclamó Robert con tristeza en su voz.
-- ¿Cómo se encuentran? – preguntó Diana.
-- Creo que ambos estamos bien ¿No es así compañero? — dijo
Collins.
-- Robert Hokama, OK.
-- Bien. Entonces retornen de inmediato a la Géminis.
-- Pero Diana.... creo que debemos continuar. — dijo en tono de sugerencia Robert.
-- ¿Collins?... — preguntó Diana.
El sargento Collins, siendo subalterno de Diana, obedecía órdenes y aunque pensaba lo mismo que Hokama, sólo expresaba su opinión en caso de ser consultado.
Respondió:
-- Estoy de acuerdo con el doctor Hokama, capitana. Además si regresamos, todo este esfuerzo y el sacrificio de Peter habrán resultado en vano.
Diana echó una mirada a John, quien interpretó enseguida aquella actitud y dijo:
-- Si afirman encontrarse bien, pues que sigan adelante entonces.
Era indudable su consternación a causa de la pérdida de Peter, sin embargo entendían que ya nada podían hacer al respecto.
Todos los astronautas eran plenamente conscientes de los riesgos al integrar las misiones espaciales, y estaban preparados para aceptar cualquier sacrificio.
-- Está bien, pero les enviaré un refuerzo. Oficial Oscar Williams, prepárate para salir. Esta vez no quiero errores, procedan con extrema cautela.
-- A la orden. — dijo Oscar, quien de repente se encontró abrazado con fuerza por Martha.
Ella se resistió a soltarlo en tanto decía con ojos enrojecidos:
-- ¡No vayas por favor!... ¡Mira lo que ha sucedido con el pobre Peter!... ¡Esa maldita bruja...si algo malo llega a pasarte le arrancaré los ojos!
-- Collins y Hokama, aguarden por Oscar, se reunirá con ustedes en unos momentos. – dijo Diana.
Oscar, liberándose de los brazos de su compañera, desapareció saliendo por una de las puertas de la cabina de ingeniería.
Al cabo de quince minutos, una nueva silueta se recortaba en el oscuro espacio rumbo a la Génesis RE – 1.
Poco más tarde, se hallaban otra vez dentro del corredor de la salida de emergencia.
La escotilla interna se encontraba abierta cual negra y mortal boca, no pudieron evitar sentir temor al atravesarla para luego ingresar en las oscuras entrañas de la misteriosa nave. Al frente iba James seguido por Oscar, y Robert en la retaguardia.
Entre tanto, a bordo de la Géminis, el médico Yabú Rodama a través de los sensores de funciones vitales de cada uno, podía observar como se aceleraba el ritmo de los latidos cardíacos de Oscar y Robert.
-- Están bastante nerviosos por lo ocurrido. – dijo Yabú.
Su misión consistía en estar atento a los cambios fisiológicos de los tres, cualquier novedad implicando riesgo en sus organismos, sería advertida de inmediato.
Sin embargo el sargento Collins se encontraba mucho menos alterado, pues resultaba ser un hombre experimentado y con muchas misiones espaciales en su haber.
La cabina a la cual ingresaron un poco más tarde se hallaba sumida en total oscuridad, sus linternas iluminaron inertes paneles de instrumentos y pantallas.
-- Nos encontramos dentro de lo que aparenta ser la cabina de ingeniería. – anunció Oscar.
-- No se detecta actividad alguna, todo está muerto... y al parecer hace largo tiempo. — afirmó Robert, quien inspeccionaba en forma minuciosa su interior.
Continuaron observando todo sin hallar actividad de algún tipo en lo absoluto.
-- ¿Todo bien? — preguntó Diana.
-- Pregunta a Madre, si aún sigue recibiendo la señal de auxilio. — dijo Robert.
Diana respondió de manera afirmativa.
Continuaron avanzando, y al cabo de unos minutos, habían atravesado la cabina de ingeniería, la cual tenía un tamaño de unos siete u ocho metros de largo por otros cinco de ancho.
Se disponían a ingresar a la siguiente, cuando de improviso Oscar sobresaltando al resto, lanzó:
-- ¡ Aguarden !
-- ¿Que sucede? – preguntó alarmado James.
Oscar señaló un reducido panel sobre uno de los mamparos laterales.
James y Robert, dirigieron sus miradas hacia donde indicaba, comprobando encendidas sobre él, cinco pequeñas luces rojas y una verde.
-- ¡El núcleo de energía Beta aún está activo !
El núcleo Beta constituía el corazón de la nave.
-- ¿Es posible Oscar? ¿Luego de tres siglos? – cuestionó Robert.
-- El núcleo impulsor de la nave, el cual le abastece de energía, se estima que puede durar unos quinientos años, por supuesto, depende del uso dado a éste.
Pero con seguridad ya no posee suficiente potencia para hacerla viajar por el espacio.
Cuando la vida del núcleo está por agotarse, la computadora central primero desconecta la parte de impulsión con el propósito de utilizar la energía remanente en otras funciones más importantes, como lo es el soporte de vida o comunicaciones. Para ello, es probable que aún conserve energía por algunas décadas más. — explicó Oscar.
--Sin lugar a dudas aún hace funcionar el emisor de señales del faro de luz. – agregó James.
-- Para ejecutar esa tarea le resta aún para trescientos años más. Esa función en particular consume muy poco. – afirmó Oscar.
Al seguir avanzando, una compuerta semiabierta les permitió ingresar dentro del pequeño comedor de la nave.
Cada uno de ellos esperaba toparse y en algún momento, con el cadáver de alguno de los ocupantes de la misteriosa nave. Pues resultaba obvio que alguien la había conducido hasta aquel punto.
Unos minutos más y penetraron en el puente de mando.
Sus ventanales frontales aún se hallaban cubiertos por los mamparos de protección de Ridium 36, por lo cual llegaron a la inequívoca conclusión que sus tripulantes habían estado viajando a grandes velocidades cuando se detuvieron, por falta de energía u otra causa desconocida.
Allí, sobre la consola principal, frente a la butaca del comandante; permanecían encendidas algunas pequeñas luces, al igual que en otros paneles secundarios sobre los tableros laterales.
Oscar intentó dilucidar que tipo de actividad aún era mantenida por el casi agotado núcleo de la Génesis RE – 1.
-- Tengo un presentimiento. – dijo Oscar.
-- ¿Donde diablos estarán sus tripulantes? – Collins no soportaba aquella situación de intriga y demostraba su impaciencia.
Una nueva puerta se presentó frente a ellos, pero ésta vez cerrada de manera hermética.
Se miraron entre sí.
No hacía falta que alguno de ellos lo mencionara, pues recordaron de inmediato lo ocurrido al infortunado Peter.
Esta vez tomarían todas las precauciones.
Diana, quien seguía sus pasos mediante las cámaras, pensando lo mismo advirtió:
-- ¡Ojo con ésta! No desearía que se repita el accidente anterior.
--Taladraré un pequeño orificio para que el aire sea extraído en forma gradual por el vacío exterior. – anunció el sargento James.
-- Bién hazlo, pero con mucho cuidado.
James Collins tomó el disgregador molecular para luego dirigirlo hacia la puerta, aproximando su punta de disparo a sólo unos cinco centímetros de distancia.
El delgado haz de luz se proyectó, y unos pocos segundos después, un chorro de aire comenzó a salir del orificio empujando con violencia las pequeñas gotas de Ridium fundido.
En el preciso instante en que el rayo atravesó el metal, James se apartó a tiempo del camino del aire escapando a presión.
Al cabo de diez minutos, cuando consideró que ya no existía riesgo alguno, Collins acercó con cuidado su mano al agujero para comprobar que todo el aire había sido drenado.
-- Ya está. – dijo.
Al igual que la puerta anterior, ésta poseía una palanca de apertura. Robert la accionó hacia su posición de “ABIERTO”, pero contrariando sus expectativas de abrirse por sí sola, nada ocurrió.
-- La energía remanente no es suficiente para operar esta puerta... o el sistema no la quiere utilizar....hummm, esto último me parece lo más razonable. – concluyó Oscar.
James no esperó más, de inmediato comenzó a cortar en la zona de cierre de la misma para luego forzarla valiéndose de la barra de Ridium 38 y como habían hecho antes.
Unos instantes más tarde, accedieron a otra cabina aún más pequeña que las anteriores, al igual que las otras y el resto de la nave, estaba a oscuras. Pero entonces, sobre un lado y alineadas una junto a la otra, se toparon con tres cámaras de hibernación prolongada bastante diferentes de las usadas por ellos. Oscar acotó:
-- Son muy antiguas, las he visto en el Museo Tecnológico de Londres.
-- Por supuesto, están a bordo de esta nave hace trescientos años. – agregó Robert con un tono indicando la obviedad de lo vertido por Oscar.
Se miraron entre sí, presintiendo en su interior a los miembros de la tripulación o lo que quedaba de ellos.
-- Veamos... — dijo James. Comenzó por acercarse a los cofres cuya tapa era de transparente claridium en su mitad superior.
Robert siguió tras el sargento, pero Oscar se quedó algo retrasado, pues era obvio su intento por evitar la impresión de toparse cara a cara con tres cadáveres de trescientos años de antigüedad.
No estaba tan bien preparado como sus dos compañeros para este tipo de situaciones. James era un veterano soldado y Robert un científico.
Pero al cabo de un minuto, la curiosidad pudo más, y en forma lenta, también decidió acercarse para observar.
El sistema de hibernación prolongada utilizado en la época a la cual correspondía aquella nave, se efectuaba en un líquido especial y a temperaturas bajas al extremo.
Al aproximarse al primer cofre y colocarse junto a sus compañeros, quienes permanecían con la mirada fija sobre él, Oscar logró ver en su interior un cadáver consumido.
Repulsión y asco lo invadieron de inmediato provocándole náuseas. Aquella visión le causó un fuerte impacto y no pudo evitar manifestarlo:
-- ¡ Ohhh ! ¡Diablos....! – exclamó.
-- Este cofre está seco, al igual que su ocupante. – comentó Robert.
-- El líquido conservador se ha derramado.... o ha sucedido algo por el estilo. – agregó Oscar arrugando su rostro.
Como ingeniero, conocía a la perfección todas las técnicas de preservación.
-- ¿Lo ves con claridad Diana? – preguntó Robert.
-- Sí. Lo estamos obsevando.
La voz de Diana también dejaba entrever su impresión por el macabro hallazgo.
Se trataba del cadáver disecado de un hombre. Su cabello que con seguridad había sido rubio y también su barba, muy crecidos y ambos color ceniza.
Sus globos oculares se veían hundidos, empequeñecidos, mostrando un aspecto similar al de dos pasas de uva. Su piel se había arrugado de manera exagerada formando pliegues y presentaba un horrible color grisáceo. Yacía con la boca bien abierta, con toda seguridad en un postrer esfuerzo por llenar de aire sus pulmones.
Con sigilo, como si no deseasen perturbar el sueño eterno de sus ocupantes, se acercaron a la segunda cámara.
Esta vez se trataba del cadáver de una mujer, el cual se hallaba en iguales condiciones, sólo que a diferencia del anterior con respecto a su postura, estaba de lado.
Aún se distinguían las finas facciones de su rostro. Sin duda había sido una joven muy bella en vida.
Una de sus agrietadas manos, con su palma apretada con firmeza contra la superficie del transparente Claridium, evidenciaba un último y vano intento por liberarse del mortal cofre.
-- ¡Pobres diablos, que muerte atroz!.... – lanzó Oscar.
-- Sólo sufrieron unos pocos minutos, por si te sirve de consuelo. – comentó Robert.
Un poco más tarde, al observar el tercer cofre; de boca de Robert salió una sonora exclamación:
-- ¡Ahhh!... ¡Por todos los santos!.....
-- ¡Es..éste está...! – sólo atinó a decir Oscar.
-- Integro. – completó la frase James Collins.
-- ¡Exacto! – dijo Oscar en tanto se agachaba para observar el panel de control de la cámara de hibernación.
-- ¡Aún funciona! ¡Aún funciona! – agregó.
-- ¿Como es posible?...¿Permanece vivo? – preguntó James.
El individuo tenía su cabello y su barba de color castaño oscuro, crecidos hasta una longitud insólita.
-- ¡¿Es posible que aún esté con vida?! – dijo John a bordo de la Géminis V dirigiéndose a Diana, quien no salía de su asombro contemplando las imágenes transmitidas por las cámaras.
-- Por el aspecto que presenta, es probable...o tal vez falleció hace poco tiempo, aún desconocemos mucho sobre la tecnología de los “Padres”, sobre todo correspondiente a épocas tan remotas.
-- El habitáculo aún conserva el líquido hibernador. – observó Sandra desde la Géminis.
-- Lo traeremos a bordo lo más pronto posible... – dijo Diana y ordenó --... sargento; libere los anclajes del cofre y dispongan todo lo necesario para ingresarlo a bordo. Doctor prepárese para recibirlo en la cabina médica. Oscar, entre tanto, encárgate de extraer la placa de memoria principal de la computadora central. Será bueno saber que ocurrió y de donde proceden.
John ordenó a su vez :
-- Sandra y tú, Martha, necesitaremos elementos de la cabina tecnológica para proceder a deshibernarlo, si es que vive aún, encárguense de ello.
La actividad de la tripulación en unos minutos se volvió febril, preparando los medios técnicos adecuados para recibir el cofre a bordo de la Géminis.
Una hora más tarde, luego de la ardua tarea consistente en desvincular las conexiones del receptáculo; éste se hallaba a medio camino en el espacio que separaba la Géminis de aquella ignota nave.
A su lado, conduciéndolo, tres astronautas ansiosos por llegar.
--¿Sobrevivirá?...si es que está vivo.....¿y ahora que fue desconectado? – preguntó James.
-- Como un par de horas, más o menos.... – respondió Robert.
-- Oigan, no sabemos si aún está con vida. — acotó Oscar.
-- ¿No dijiste que el soporte vital funcionaba? – inquirió James contrariado.
-- Sí, eso dije. Pero el monitoreo de funciones vitales no arroja dato alguno, no está funcionando. Es muy factible que se deba a un último ahorro de energía de parte del sistema. – contestó Oscar.
Flotando en el vacío del cosmos arribaron hasta una de las enormes escotillas de carga; la cual se abrió elevando su compuerta para permitir a los tres penetrar al interior junto a su preciosa carga.
-- ¿Tienes la placa memoria de la computadora central? – preguntó Diana dirigiéndose a Oscar.
-- Sí. La tengo. Aunque demandó cierto esfuerzo.... – contestó el técnico.
-- John, debo reconocer que tenías mucha razón en lo dicho, y sí, me he portado con incredulidad... debo reconocerlo, he incurrido en un error. – admitió Diana.
John había quedado pensativo, de pronto dijo:
-- ¿Sabes? Es aterrador pensar en la cantidad de tripulaciones como ésta, las cuales deben haber encontrado una horrible muerte en el frío espacio, muy lejos de casa.
-- ¡Trescientos años!...Mira éstos pobres diablos vagando a la deriva. — dijo Diana.
-- Ahora has comprobado de que manera la Federación Espacial se encargó muy bien de borrar los rastros de viajes anteriores.....por supuesto de los que se perdieron para siempre.
-- Escucha John, me temo que la cosa se complica un poco. Esto no termina aquí, esta pequeña nave con toda seguridad es parte de una expedición mayor. Según deduzco en base a los escuetos datos de Madre, recordando su información: “Expedición Génesis de exploración y colonización del planeta Neón 4”.
Es muy probable se trate de una nave de emergencia o de exploración de corto o a lo sumo de mediano alcance. No tiene autonomía ni medios para llegar tan lejos, a menos que... desconozcamos alguna otra técnica de viaje a través de los agujeros del espacio tiempo o de vuelo a velocidades superlumínicas.
Pero en lo que a mi respecta, este pequeño pájaro perdió su rumbo y no llegó hasta donde se dirigía.... la Tierra….tal vez se hallaba explorando.
A decir verdad no logro imaginarlo en éste momento........
-- ¿Hacia la Tierra dices?....no, no lo creo. – John meneó la cabeza negando.
Luego agregó:
— Su tecnología es obsoleta. Si bien en aquella época también se recorrían enormes distancias, la actual es a mi entender muy superior. ¡Ni en sueños esta navecilla hubiese logrado llegar hasta la Tierra!
Si agotó por completo la energía de su núcleo, quiere decir que para llegar hasta aquí debió recorrer una formidable distancia.
La voz del sargento Collins lo interrumpió:
-- Arribamos a la plataforma de carga número tres. Cierren la compuerta.
Madre informó:
-- Cerrando compuerta de plataforma de carga número tres. Iniciando en diez segundos.....diez...nueve...ocho...siete... seis....cinco...
-- Carguen el cofre en el elevador y transpórtenlo a la sala tecnológica en la cabina médica principal. – ordenó Diana ensequida.
-- En poco tiempo develaremos este misterio. – dijo John.
Luego abandonaron el puente de mando.